Fue casi una hora de entrevista. Por aquel entonces era el principal sospechoso, ahora es el único detenido y presunto asesino -llegó a confesar el crimen ante la Guardia Civil pero ahora sostiene que sólo ocultó el cuerpo- de la gijonesa Paz Fernández Borrego, desaparecida en Navia el 13 de febrero y cuyo cadáver apareció semanas después en el embalse de Arbón, en el límite de los concejos de Villayón y Coaña.

LA NUEVA ESPAÑA fue el primer medio en lograr el testimonio de Javier Ledo, que en aquellos días defendía su inocencia a capa y espada. En ese contexto, se fraguó la entrevista, en un establecimiento de Navia, al que acudieron la periodista Raquel L. Murias y el reportero gráfico Miki López. Incluso pudieron realizarle un vídeo, un documento único de LA NUEVA ESPAÑA que fue solicitado y difundido por diferentes canales y medios a nivel nacional.

Así relata Miki López, en su blog

En el interior del coche sólo se oía el rumor sordo de los neumáticos rozando sobre el asfalto áspero de la autovía. Raquel tecleaba rápido sobre la pantalla de su móvil, manteniendo abiertas al mismo tiempo varias conversaciones de wasap. Pasamos la salida de Luarca y el nudo en el estómago se me hacía cada vez más incómodo. Llevaba con esa sensación desde que unas horas antes mi compañera me había llamado para decirme que esa tarde tenía concertada una nueva entrevista con Javier Ledo, el principal sospechoso de la muerte de Paz Fernández Borrego, la gijonesa que había aparecido sin vida en el embalse de Arbón tras permanecer varias semanas en paradero desconocido. Pero en aquella ocasión iban a hablar cara a cara y algo había en aquella historia que me intranquilizaba. Aparcamos el coche muy cerca de la sidrería El Cabo, el lugar elegido para el encuentro. Ledo se encontraba en una extremo de la terraza del bar, con la cabeza inclinada sobre su móvil de tal forma que solamente permitía ver la prominente calva de un hombre menudo y de manos gruesas que permanecía en aquella esquina con la apariencia de una animal acorralado.-"Creo que es ése", comentó Raquel justo antes de llamarle por su nombre. Levantó la cabeza y esbozó media sonrisa asintiendo. No se levantó.Tras unas rápidas presentaciones, un camarero apareció detrás de nosotros. Javier Ledo pedía otro café con leche como el que acababa de apurar mientras nos esperaba tal y como delataba la taza que tenía sobre la mesa junto a un mermado paquete de Ducados. Sacó un cigarro de la cajetilla casi antes de apagar otro en un cenicero con varias colillas. Me fijé en su forma peculiar de encender el pitillo, protegiendo la llama del mechero con las dos manos, como escondiéndolo de la brisa inexistente dentro de aquella jaula de plástico frente al muelle del puerto de Navia. Se le notaba inquieto pero no parecía incómodo frente a aquellos dos periodistas con los que compartía mesa, café y coartadas.Comenzó su relato con la misma seguridad que había demostrado la noche anterior cuando Raquel lo había localizado en la casa de sus padres en Coaña. Sobre la mesa, entre las tazas y el tabaco, la pantalla de su móvil mostraba la conversación de wasap que había mantenido con Paz el día previo a su desaparición.Un coche de la Guardia Civil apareció en la carretera del muelle en dirección a la terraza en la que nos encontrábamos y recordé la conversación que Raquel había mantenido durante el viaje con alguien que le advertía de que Javier Ledo sería detenido en las próximas horas. Sin pensarlo, levanté la cámara y disparé en el mismo momento en el que el vehículo pasaba a escasos metros de nuestro entrevistado.La patrulla pasó de largo mientras Javier seguía envuelto en sus justificaciones segundo tras segundo, cigarro tras cigarro, en un enorme bucle de explicaciones reiteradas. Las nubes comenzaron a tapar el sol de esa tarde de marzo pero no quise quitarme las gafas de sol. Trate de escudriñar el rostro impasible de aquel personaje hermético y frío al tiempo que me di cuenta de que el nudo en el estómago seguía allí, sin intención de marcharse. La conversación continuó con fluidez hasta el momento en el que Raquel le propuso grabar un vídeo en el que el propio Ledo se exculpase de la muerte de su amiga. Ese fue uno de los dos únicos instantes en los que vi dudar a aquel hombre. El otro fue minutos antes, cuando le hablamos del saco de piedras que los buzos de la Guardia Civil habían extraído del fondo del embalse de Arbón y que en aquel momento, Raquel y yo desconocíamos que no tenía nada que ver con la muerte de Paz. Javier me miró sorprendido y esa mirada hizo saltar en mí más de una duda y alguna que otra inquietud.La entrevista iba tocando a su fin entre el humo del tabaco negro, el ruido mecánico de mi cámara y los pestilentes efluvios que el aire del atardecer arrastraba desde las instalaciones de la papelera. Comenzamos a despedirnos en el mismo instante en que otra patrulla de la Guardia Civil volvía a aparecer en la distancia. De camino al coche algo en mi interior me decía que, además de la papelera, había muchas más cosas que no olían bien aquella tarde en Navia.A la mañana siguiente la Guardia Civil detenía a Javier Ledo como presunto responsable de la desaparición y la muerte de Paz Fernandez Borrego. el nudo en el estómago se me hacía cada vez más incómodouna nueva entrevista con Javier Ledo, el principal sospechoso de la muerte de Paz Fernández Borregocara a carapermanecía en aquella esquina con la apariencia de una animal acorralado.

-"Creo que es ése", No se levantó.

otro café con leche Sacó un cigarro de la cajetilla casi antes de apagar otro en un cenicero con varias colillas.Se le notaba inquieto pero no parecía incómodo frente a aquellos dos periodistas

la misma seguridad que había demostrado la noche anterior cuando Raquel lo había localizado en la casa de sus padres en Coañala conversación de wasap que había mantenido con Paz

Un coche de la Guardia Civil apareció levanté la cámara y disparé en el mismo momento en el que el vehículo pasaba

el rostro impasible de aquel personaje hermético y frío le propuso grabar un vídeo uno de los dos únicos instantes en los que vi dudar a aquel hombresaco de piedras que los buzos de la Guardia Civil habían extraído del fondo del embalse

entre el humo del tabaco negro, el ruido mecánico de mi cámara y los pestilentes efluvios además de la papelera, había muchas más cosas que no olían bien

Lo demás de momento es secreto de sumario, pero huele fatal.