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LORENZO CORDERO ROSETE | CRONISTA DE RIBADESELLA. PERIODISTA

Ribadesella, los colores del recuerdo

Lorenzo Cordero Rosete, en Ribadesella, junto a los pantalanes del puerto. MIKI LÓPEZ

El extremo más oriental de la playa de Santa Marina está poblado de palos y troncos que el río transporta y deja al lado mismo del mar. El Cantábrico pide permiso para entrar en Ribadesella, puerto protegido por los murallones que regala la naturaleza.

Desde ese punto donde la playa termina o empieza, según se mire, Lorenzo Cordero apunta a lo lejos, sobre los pantalanes y las aguas tranquilas de la desembocadura del Sella, y tan atrás como noventa años. "Nací en la calle Infante. Mi padre, Generoso, era pintor de brocha gorda y mi madre, Piedad, modista. Aprendí las letras sobre las páginas tipo sábana de 'El Heraldo de Madrid', un periódico republicano que llegaba a Asturias en el día", cuya línea editorial respondía a los ideales de la familia.

¿De qué color es la memoria? Ribadesella tiene una memoria azul de agua y cielo, otra verde de acantilado y riberas. La de Lorenzo Cordero es memoria roja que los años -muchos- no lograron difuminar.

"A mi padre lo fusilaron en diciembre de 1937. Yo tenía 10 años y recuerdo la última vez que le vi. Estaba preso en Gijón, fui a visitarle con mi madre, pero a ella no la dejaron pasar".

Un abrazo de despedida antes de que la brutalidad de la guerra se diera con él un festín, cincelando de paso la ideología del que mucho tiempo después, en julio de 2001, fue nombrado cronista oficial de Ribadesella. Periodista guerrero, crítico y a veces ácido, con casi treinta años en el tajo de "La Voz de Asturias". Articulista y editorialista que pasó por todos los escalafones del diario. "Un periodista rojo", se define. Como la memoria y como el color sangre de algunas de las figuras perfiladas en las profundidades de ese templo sublime del Paleolítico que es la cueva de Tito Bustillo, a la orilla del mar del tiempo.

"Un sábado llego a Ribadesella en el tren de Económicos, me voy a tomar un vino a la cafetería Las Vegas y allí un amigo me dice que encontraron unas pinturas en la Cuevona. Magín Berenguer, que era algo pariente mío, me preguntó si me gustaría bajar a verlas, y yo encantado. Nos descolgamos con cuerdas y linterna por el pozo de La Cerezal, y vimos asombrados aquellas pinturas convencidos de que estábamos ante un tesoro".

Muy poco tiempo después se mató en un accidente el joven Tito Bustillo, y Lorenzo Cordero propuso que la cueva llevara su nombre. "A todos les pareció muy bien. No es algo que haya divulgado en exceso porque no quiero presumir, pero así fue".

Lorenzo Cordero (1927) guarda un primer recuerdo infantil. "No había cumplido todavía los 4 años y presencié en brazos de mi tía María el desfile ciudadano que se organizó en Ribadesella con motivo de la proclamación de la República. Me quedó grabada esa imagen, probablemente por la fascinación que me produjo todo aquello, cuyo significado es obvio que no entendía".

En los años treinta Ribadesella era un patio inmenso de recreo. "Jugábamos en unas calles sin coches y nos íbamos a la playa de La Atalaya, que era más popular que la de Santa Marina. A los habituales de Santa Marina la gente los llamaba 'los señores de la playa', que sonaba un poco feudal en tiempos en los que los veranos de los ricos duraban tres meses".

La madre de Lorenzo Cordero se quedó viuda con dos hijos: él, buen estudiante, chico avispado, y una hermana más pequeña que reside en la villa, adonde el cronista sigue acudiendo en los veranos, bastón en ristre y lengua viva de periodista de raza.

En el puente del Sella, Cordero Rosete, el periodista, recuerda que las tropas republicanas en retirada volaron ese cordón umbilical que une las dos Ribadesellas. "Hasta que construyeron el actual fue instalada una pasarela en la que funcionaba una especie de peaje. Cobraban diez céntimos por el paso, que se pagaba con un sello de Correos", se supone que con la efigie "del general superlativo".

El paseo del Puerto es hoy paseo de la Princesa Letizia, en el tramo de muelle que siempre sirvió de zona de cabotaje, con su plantilla de estibadores. Ahí cargaba el "Alberto", un mercante que transportó durante muchos años piedra caliza de las canteras riosellanas hacia el puerto gallego de Corcubión. "Se hizo tan famoso que en Ribadesella a los niños no los traía la cigüeña, sino que venían a bordo del 'Alberto'".

Y el "Habana", que en el siglo XIX embarcó a miles de personas camino de la aventura de América. La última singladura fue en 1872. Con viento a favor y sin otros sobresaltos aquel buque saltarín tardaba poco más de un mes en cruzar el Atlántico.

Lamenta Lorenzo Cordero, bajo la luz gris de la mañana en Ribadesella, que se está quedando sin amigos por pura ley de vida. Único superviviente ya de la tertulia literaria "El Portiellu", el embrión de la revista "Somos". "Primero nos reuníamos en el café Apolo, después alquilamos un local y aquello se convirtió en una redacción. El director era Luis Mier, que trabajaba en LA NUEVA ESPAÑA, pero el que llevaba la publicación era yo. Conseguimos sacar 108 números.

El primero, en noviembre de 1954, costaba dos pesetas. El último, el 31 de mayo de 1960. En primera, la noticia de la llegada de la televisión a Asturias. La temporada de la angula pasada había supuesto unas ventas de tres mil kilos. El Cantábrico se portaba bien. Aquel año 1960 la lonja local había rulado en quince días nueve toneladas de besugo.

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