Nadie se dio cuenta, pero la primavera se presentó ayer a las cinco y cuarto de la tarde, cuando Oviedo apenas superaba los cinco grados y el puerto de Pajares marcaba 3,5 bajo cero, y bajando. No lo parecía en absoluto, pero Asturias estaba dejando atrás el invierno, un invierno catalogado de frío en la nomenclatura de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) y de "extremadamente húmedo", el tercero más lluvioso de la serie histórica que empieza la cuenta en 1981. El balance del trimestre sí cuadra, más o menos, con la sensación de la simple vista. Frío, 7,6 grados de media, 0,3 por debajo del promedio histórico del periodo sobre todo por culpa del febrero más gélido de la última década, y agua, mucha agua y nieve por encima de lo normal. Tanta que el año hidrológico, la fase húmeda en la que la Aemet contabiliza las precipitaciones de octubre a marzo, supera en un seis por ciento la media de los últimos cuarenta años. En 2017, por estas fechas, estaba dieciocho puntos por debajo, y esta semana, como consecuencia, los embalses asturianos son los segundos más llenos de España sólo por detrás de los navarros: han completado el invierno al 86,6 por ciento de su capacidad.

Tal y como ayer lo desmenuzó el invierno el delegado de la Aemet en Asturias, Ángel Gómez Peláez, la propensión a la humedad del trimestre que va de diciembre a febrero está muy por encima de lo considerado normal. En el periodo considerado de casi cuarenta años sólo en dos precedentes recientes, los de 2013 y 2015, se recogió más lluvia que en éste de 2018. De la caprichosa variabilidad a la que se ha habituado el tiempo da fe la circunstancia de que el trimestre invernal venía de ser el año pasado el más seco del que ha quedado constancia en la estadística.

Todos esos valores han remontado en 2018, toda vez que en el resumen de 2017, recuerda Gómez, en Asturias llovió por debajo de la media nacional -nueve puntos menos-, y fue el undécimo año más seco y el sexto más cálido de la serie. Parte de la culpa del cambio tiene unos cuantos nombres propios, los de las borrascas profundas a las que de un tiempo a esta parte los servicios meteorológicos de España, Francia y Portugal identifican con apelativos de personas. Por orden cronológico, han pasado por aquí desde diciembre cinco encadenadas -Ana, Bruno, Emma, Félix y Gisele-, episodios que en la nomenclatura técnica meteorológica proceden del "calentamiento repentino de la estratosfera", un fenómeno que se da cada dos años y aproximadamente cada cinco se presenta con la intensidad que ha tenido en este arranque de año. Según la explicación de Ángel Gómez, parte de un rápido incremento de la temperatura del aire en la estratosfera del Polo Norte que encadena la ruptura de "una corriente polar que modifica los sistemas de presión y toda la estructura meteorológica del Hemisferio Norte", expandiéndose fuera de su posición habitual en el Polo y generando una corriente que desactiva en nuestras latitudes el efecto de freno del Anticiclón de las Azores.

El caso es que este invierno inestable y pródigo en fenómenos extremos, que ha encadenado hasta cinco borrascas profundas, que marcó hasta 23 grados de temperatura máxima en Mieres el 2 de enero y bajó la mínima hasta los 7,7 bajo cero del 28 de febrero en Pajares, no figura entre los más fríos de la serie histórica de la Aemet porque antes del problemático febrero diciembre mantuvo las temperaturas dentro de las coordenadas habituales de la estación y enero incluso llevó sus medias hasta casi un grado por encima de lo normal. El episodio de doce días de "mucha nieve" sin pausas de calor por el medio registrado el mes pasado tiene a los ojos de los servicios meteorológicos la consideración de intenso y comparable a la última gran nevada, la de febrero de 2015, pero no alcanza la categoría de excepcional. "Ha habido seis o siete episodios de este tipo en los últimos treinta años", apunta el delegado territorial.

Después de eso, el arranque de marzo se ha moderado al menos hasta esta semana compleja. En el conjunto de España ha llovido en la primera quincena el doble de lo normal para todo el mes, pero en Asturias no. Aquí, tomando como referencia lo registrado en Oviedo, las precipitaciones se han situado por debajo de lo considerado normal para esta época, tal vez porque las borrascas de ese periodo, apuntan desde la Aemet, han entrado por el suroeste de la Península y gran parte de Asturias ha quedado "apantallada" y libre de esa precipitación intensa por su situación a sotavento de la cordillera Cantábrica.

Vuelta a la normalidad

Todo esto también pasará. Tras la imperceptible bienvenida a la primavera entre frío, lluvia y nieve se detecta "una tendencia creciente de las temperaturas", dice Gómez, y aunque el Suroccidente estará en alerta esta próxima madrugada por el riesgo de que los termómetros lleguen a los nueve grados bajo cero, el gran riesgo cede aunque las precipitaciones tienden a volver al menos el viernes y el fin de semana, precisa Gómez. A más largo plazo, con las reservas a que induce la predicción del largo plazo -este invierno se preveía algo más cálido y con la lluvia habitual-, la primavera tendrá en Asturias los niveles habituales de precipitaciones y temperatura. En los modelos "no hay señal", afirma el delegado territorial, de que el trimestre que empieza vaya a ser más frío, cálido o lluvioso de los promedios que marca el periodo de referencia de 1981 a 2010.