Uno de los frutos de la romanización que más han enraizado, literalmente, en Asturias es la castaña. El árbol que la produce, el castaño, existía aquí previamente, pero Roma lo extendió por su importancia en la alimentación del pueblo y de sus propias tropas, y también para aprovechar su madera, de altas cualidades y con un ciclo de corta más breve que el del carbayu, al que ha acompañado en los bosques mixtos de las zonas bajas de la comunidad desde el Terciario y con el que invirtió los papeles (pasando de comparsa a protagonista) a partir de la intervención humana en esas masas boscosas. Tal es así que hoy las antiguas carbayedas, con castaños en su cortejo forestal, han devenido castañales, con algunos carbayos salpicados, al igual que otras caducifolias minoritarias.

Hay extensas zonas de castañales en cotas bajas y medias de Asturias; por ejemplo, ocupan amplias superficies en la cuenca del Nalón y, dentro de esta comarca, en los bordes septentrionales del Parque Natural de Redes, de clima más oceánico que el corazón del espacio protegido, poblado por hayedos y, en menor grado, robledales albares. Los que crecen en el entorno de la aldea de La Felguerina, cerca de Caleao, son un buen ejemplo, en este caso de los dedicados a aprovechamientos maderables, que presentan una fisonomía bien diferenciada de los castañales de fruto. Mientras que los primeros constituyen formaciones cerradas y en ellas los árboles crecen espigados, con copas estrechas y elevadas, en los otros la selección para fruto tiende a fustes gruesos y cortos que se ramifican muy abajo y generan amplias copas.

Los castañales son bosques de perfil bajo, ecológicamente hablando; es decir, con baja biodiversidad, una circunstancia debida, sobre todo, a su manejo. De otro modo, la castaña es un fruto de alto interés para la fauna: es una fuente esencial de reservas para el oso pardo antes de la hibernación (o de la invernada, para aquellos que no se encuevan) y tiene una influencia decisiva en la tasa reproductora del jabalí y en su propio éxito demográfico, hasta el punto de que el abandono de la recogida de la castaña (que tenía asociado un notable patrimonio etnográfico, de estructuras, los "corros" o secaderos, y diversos utensilios), sumado a dos circunstancias asociadas e interdependientes, el despoblamiento de los pueblos y la proliferación del matorral, ha provocado la actual explosión poblacional del suido.

Todos los castañales o los bosques mixtos con predominio del castaño que existen en la actualidad son producto de la selección o el cultivo. De ahí que el largo debate, aún no zanjado, sobre la naturaleza autóctona o exótica del castaño (la misma discusión existe en torno al nogal y los pláganos), en el que se puede concluir que su situación, es decir, su abundancia y amplia distribución tienen un claro origen artificial, mientras que la especie sí puede considerarse autóctona, dada su presencia continuada en los análisis polínicos de los sedimentos cuaternarios. El castaño y el carbayu habrían convivido, con un equilibrio de fuerzas bien distinto del actual, en los bosques del Terciario, pero durante los episodios fríos de las glaciaciones cuaternarias aquél se habría replegado a refugios térmicos de la costa y las tierras bajas, que le permitieron sobrevivir, si bien perdió la capacidad de recuperarse y de medrar.