La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

JOSÉ LUIS CABO SARIEGO | CRONISTA DE RIOSA. SECRETARIO JUBILADO DE LA ADMINISTRACIÓN LOCAL

Riosa, las venas de la tierra

En las minas de cobre y cobalto de Rioseco trabajaron muchísimas mujeres, y ellas tendieron sin protección el cable aéreo a las bocaminas

José Luis Cabo, en el mirador del poblado minero de Rioseco. IRMA COLLÍN

La nieve dificulta el paseo por el poblado minero de Rioseco, hoy en ruinas y en su día heredero de aquellos pioneros del Neolítico. Desde el pueblo de Llamo, tan solo unos cientos de metros separan el monumento de piedra y ladrillo -cargaderos y lavaderos- que comenzó a funcionar a finales del siglo XIX y llegó, con frenazos y acelerones varios, hasta inicios de los sesenta, cuando la crisis internacional del cobre hizo inviable la explotación por falta de rentabilidad.

José Luis Cabo Sariego (1945) es cronista oficial de Riosa desde el 2016 aunque haya tomado posesión del cargo el pasado año. En realidad ejerce de cronista oficioso de toda la vida, 38 años como secretario del Ayuntamiento, hijo del recordado José Cabo, también secretario municipal local durante más de medio siglo. Asegura José Luis que tiene almacenadas un millón y medio de fotografías del concejo, memoria gráfica de minería y agua, de montañas y valles.

Algunas de ellas lo sitúan con ropa montañera a las puertas mismas del escenario prehistórico, las minas de cobre y cobalto de El Socavón y El Arrebolleu, agujeros en la piedra caliza que son la puerta de entrada de un mundo subterráneo de hondas chimeneas y pasos tan estrechos que sus paredes están pulimentadas por el roce de los cuerpos a través de ellos.

Esos escenarios con más de cuatro mil años de antigüedad están ubicados sobre el poblado minero contemporáneo, con cuatro edificaciones reconstruidas en torno a 2011 y un mirador excepcional desde donde José Luis Cabo también reconstruye la historia del lugar y sus gentes. "Tres de esos edificios eran viviendas de obreros. El otro, un poco más alejado, eran las cuadras. Queda por rescatar La Casona, donde vivían los ingenieros. Aquí, en este poblado en medio de la montaña, había oficinas, cantina y economato, y hasta se organizaba de vez en cuando algún baile".

Las bocaminas están más arriba, en el valle de Texeo junto al pico Villuriz, en el corazón del Aramo, una sierra de once kilómetros de largo, que discurre de sur a norte. Se conectaban con el complejo minero a través de planos inclinados y de cables aéreos. "Llegaron a trabajar en estas minas unas 130 personas, con notable mano de obra femenina. Fueron ellas, las mujeres, las que montaron los cables aéreos a fines de los cuarenta. Aquellos trabajos les provocaban lesiones en los hombros por el roce del cable de acero. Las mujeres se quedaban sin uñas porque no había ni guantes".

Sobre el terreno es difícil imaginar las caminatas de hasta veinte kilómetros que algunos trabajadores hacían todas las mañana hacia el tajo "desde distintos pueblos del concejo, por la senda Les Garites trepando monte arriba con madreñas de clavos".

Y valle abajo, el castillete del pozo Montsacro, en el límite mismo con el municipio de Morcín, recuerda el punto final de la minería riosana. Montsacro echó el cirre administrativo en 2014, más de siglo y medio después del episodio que el cronista entiende como el inicio de la minería del carbón en Riosa.

"Era el año 1846, en Porció. Una época en la que la Fábrica de Trubia vivía cierta reactivación. De allí se sacaba un carbón buenísimo que ganó una medalla en la Exposición Mundial de París. En 1860 ya existía una batería de cuarenta hornos de cok. Desde Porció a Trubia hay16 kilómetros y el carbón bajaba a bordo de carros de bueyes. Se pagaba a una peseta la arroba", que viene a ser doce kilos.

Nixeres, La Vega, Prunadiella y L`Ará conforman uno tras otro y sin espacio de por medio la línea urbana de un concejo abierto a la montaña. En ese espacio urbanizado se levantan bloques de viviendas obreras asociadas a la minería. "En las décadas de los cincuenta y sesenta se levantaron más de 350 viviendas, y en Morcín otras 250. Eran otros tiempos, fíjese que aquí en Riosa había años en los que se llegaron a registrar más de ciento cincuenta nacimientos. Hoy, tres o cuatro".

En La Vega, capital del municipio, aún se conserva el edificio de piedra de las antiguas escuelas, en un tiempo lejano repletas de críos, tantos que era necesario poner en marcha dos turnos escolares, de mañana y tarde.

"Mi madre era la maestra de las niñas, así que nunca me dio clase. Yo estudié con don Vicente, que era tío mío. Con nueve años me mandaron a los Dominicos, en Oviedo. Estudié Derecho, en contra del criterio de mi padre que me quería ingeniero".

Desde ese rincón de recuerdos de estudio infantil y recreo, José Luis Cabo lleva toda una vida admirándose del perfil del Aramo, con sus venas de asfalto y tierra, matizadas por la nieve tardía que el viento remueve en la cumbre del coloso. A las afueras de La Vega los ríos Code y Llamo se unen para formar el Riosa.

Siguiendo el curso alto del Code se llega al punto donde tiene lugar la captación de aguas hacia Oviedo, pasando por el embalse de Los Alfilorios. La capital asturiana se alimenta del agua de Riosa desde finales del XIX. Desde ese rincón donde el Code se vuelve cascada y piscina surge un túnel acuático de casi cuatro kilómetros en dirección norte, y a pocos metros aún permanece la boca del viejo túnel de 1899.

Agua y mina, riqueza que sale de las entrañas del concejo al que José Luis Cabo quiso volver tras aprobar las oposiciones a secretario municipal. "Este es un gran lugar, y con mejor conexión a Internet, sería perfecto".

Compartir el artículo

stats