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La guía secreta de Asturias

La carretera que se asoma al Cares

El pueblo de Oceño, en el concejo de Peñamellera Alta, es el lugar de llegada de un recorrido de unos cuatro kilómetros de asfalto y paisaje abrumador

La carretera que se asoma al Cares ANA PAZ PAREDES

Se resiste a lucir en pleno la primavera y, aún así, aprovechando los primeros días de sol y luz que ponen a brillar el Principado, tras haber llovido, es una gozada perderse por algunas de esas carreteras de interior que descubren al viajero un paisaje que se queda en la retina para siempre. Es lo que tiene saber que el destino de cada nuevo viaje empieza ya en el primer kilómetro que se recorre.

Eso sucede cuando, una vez dejada atrás la localidad de Arenas de Cabrales en dirección a las Peñamelleras, se llega hasta Mildón, cuyo indicador se encuentra al borde de la vía. Allí, a la derecha, se tiene que coger la carretera que a lo largo de cuatro kilómetros, en empinado ascenso, con buen asfalto y varias curvas, termina en Oceño, donde, además de bar de buen comer y quesería en la que comprar cabrales, hay también rincones auténticos y tradicionales, como algunas de sus casas, que representan la arquitectura de la zona, además de alguna que otra de nueva construcción.

Una de las mejores vistas del pueblo es desde el alto donde se encuentra la iglesia de San Juan de Oceño, un lugar inspirador y que transmite, sin duda, paz y sosiego tanto por donde está como por esos texos que allí se levantan: dos jóvenes y otros dos ya de edad por su altura, copa y tamaño del tronco. No hay que olvidar el carácter mágico que tiene el texo, además de ser uno de los más emblemáticos de la región junto con el roble. Sorprende sobremanera el que está en la parte trasera de la iglesia, con unas curiosas formas en su tronco, resultado de esa capacidad que tiene la madre Naturaleza de realizar, cada día, auténticas obras de arte que, por mucho que se quiera, son inimitables.

Eso sí, cuando de nuevo se vuelve a la carretera para bajar hacia Mildón y, por segunda vez, se tiene el lujo de contemplar semejante paisaje desde tal balcón a Asturias, será fácil que los enamorados de conducir por carreteras secundarias sientan la necesidad de volver a subir de nuevo por allí cualquier otro día.

Hay arriba a la salida del pueblo un pequeño mirador desde donde llenarse el espíritu de tanta belleza: de esa montaña que se abre al cielo mientras al fondo, según qué curva te lo permita, se descubren -"diminutas"- algunas casas de Arenas de Cabrales. O las cabañas de los pastores diseminadas, aquí y allá, en los claros donde la roca deja paso a los praos. O ese precioso, querido y emblemático río asturiano que es el Cares, con su color esmeralda, haciéndose oír allá abajo, orgulloso en su paso camino del mar, llenando de vida sus orillas.

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