Los argumentos que, en palabras de su presidente, Manuel Ángel Menéndez, utiliza el Club Rotario de Oviedo para conceder a José Manuel Vaquero su máxima distinción, el premio "Paul Harris", son convincentes a fuer de indiscutibles. Al subrayar el liderazgo de Vaquero en el ámbito de la comunicación y reconocer su contribución a un modelo de periodismo de calidad, caracterizado por la independencia y la libertad, describen con toda precisión sus méritos, por más que estos hayan permanecido durante mucho tiempo en una discretísima penumbra. Con la concesión, en 2016, de la Medalla de Oro de Asturias, el Gobierno del Principado tomó la iniciativa de iluminar esa zona de sombra, con lo que, al tiempo que hacía justicia a uno de los asturianos más relevantes, venía a poner de manifiesto la gran paradoja de que el mejor periodista de la región era, a la vez, uno de los más invisibles. El Club Rotario de Oviedo incide ahora en el mismo acierto.

Por más que la discreción extrema del personaje, y no digamos de la persona, la favoreciera, esa invisibilidad era insostenible ya que José Manuel Vaquero lleva muchos años mostrándose en su obra. Al principio de su carrera, cuando firmaba sus trabajos periodísticos en la Prensa asturiana y en la nacional, pronto destacó como el mejor periodista de su generación por su capacidad como informador, excepcional en todos los sentidos, desde la sagacidad para descubrir los hechos hasta el valor para resistir las presiones de quienes querían hacer efectivo el dicho de que una noticia es algo que alguien quiere ocultar.

Dominador de los distintos géneros y temáticas, eligió en aquella época el periodismo político como especialidad no sólo por su atractivo como novedad, sino seguramente porque era entonces el campo más exigente.

Pero fue al dejar de escribir y firmar cuando su estatura periodística creció de forma impresionante. Esta afirmación puede sorprender a los ajenos a nuestra profesión, pero quien conozca los medios de información por dentro y, de modo especial, quien haya trabajado en LA NUEVA ESPAÑA en los últimos 35 años sabe hasta qué punto se ajusta a la realidad.

LA NUEVA ESPAÑA tuvo la suerte -que lo fue para Asturias- de que, al ser privatizada en subasta pública, fuese adquirida por un empresario, Javier Moll de Miguel, que creía en la Prensa regional y también en el protagonismo de los periodistas para idear, en un ámbito de libertad, el contenido de los periódicos. Y que, en ese contexto, supo ver en Vaquero al hombre que necesitaba aquí. Esa decisión sentó las bases para que Asturias llegase a contar con uno de los mejores periódicos españoles, con todo lo que conlleva esa realidad.

GESTOR Y PERIODISTA. En el proceso para alcanzarla José Manuel Vaquero aportó su talento como gestor, un oficio que al principio le era ajeno pero que en seguida supo convertir en propio gracias a su inteligencia y su capacidad de aprendizaje, ambas fuera de lo común. Pero desde mi experiencia me atrevo a decir que su más decisiva aportación fue la de periodista. Nunca dejó de serlo y supo ir por delante de los demás para señalar el mejor camino a unos equipos de Redacción, Administración y Talleres cuya creación fue uno de sus mejores aciertos. En el caso de la Redacción, es decir, de la creación del producto periodístico, que es el que, por experiencia, conoció más de cerca siempre, aportó las mejores ideas y emitió las críticas más lúcidas.

Cuando digo siempre quiero precisar que me refiero a todos los días, lo que significa que Vaquero realizaba esa labor haciéndola compatible con sus funciones como ejecutivo, que con el tiempo se extendió a otros periódicos y finalmente a todo el grupo de Prensa Ibérica. Sólo desde una enorme capacidad de trabajo y una férrea autodisciplina se puede explicar semejante despliegue. Y también, claro está, desde el apoyo y la comprensión de su familia, y en especial de su mujer, Amparo.

He escrito alguna vez que, aunque no fue cómodo seguirle, fue un privilegio hacerlo porque pocas veces se podrá contar en esta profesión con el aliciente real de intentar hacer un periódico que, desde la independencia -que contó con la mejor garantía, como fue el éxito económico-, pudiera aspirar a los objetivos profesionales más atractivos, por ambiciosos: ser abierto a todos, centrado en la proximidad pero sin excluir la universalidad, ameno sin dejar de ser riguroso y, de modo especial, que, sin renunciar al espíritu crítico, supiera conectar con esa sensible y noble fibra del amor de los asturianos a su tierra. Objetivos que pasan por el fundamental a que debe aspirar un periódico, como es el de ganar día a día la credibilidad ante sus lectores.

EL OCTAVO DE ESPAÑA. No hace falta decir que la respuesta a ese esfuerzo no pudo resultar más gratificante. ¿Acaso no lo es el hecho de que, desde una región de poco más de un millón de habitantes, LA NUEVA ESPAÑA se convirtiera en el octavo periódico más leído de España? Pero es verdad que en pocos sitios como en Asturias hay tantos y tan buenos lectores de Prensa. Cuando desde LA NUEVA ESPAÑA decimos que ellos con sus demandas, sus sugerencias y, sobre todo, sus críticas son quienes hacen realmente el periódico, creo sinceramente que reflejamos una realidad.

PREGUNTAS HACIA EL FUTURO. Este acto, obvio es decirlo, forma parte del presente, pero habrá quien piense que, en buena medida, pertenece a un pasado que se aleja de forma tan rápida como irremediable, pues el periodismo, como la comunicación en general, está cambiando a pasos acelerados con las nuevas tecnologías.

Es ya un lugar común decir que los periódicos de papel tienen sus días contados, aunque uno tiene sus dudas sobre dónde termina esa cuenta, si es que lo hará alguna vez. Más preocupante es constatar, como estamos haciendo en estos días, los peligros que en la red global acechan a la empresa periodística y, en consecuencia, a una información fidedigna, que respete el venerable axioma de que el verdadero dueño de las noticias es el público.

Con la incertidumbre por horizonte, es difícil apuntar soluciones. Pero sí cabe formular preguntas. Y los periodistas, por oficio, nos vemos estimulados a hacerlas. Seguro que José Manuel Vaquero ya está bien pertrechado para ese reto. No será impedimento su nueva situación laboral, porque los periodistas de raza podrán jubilarse, pero no se retiran nunca. Seguro que continuaremos contando con él. Y ojalá que sea por muchos años.