La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

"Crecimos siendo los empollones de la clase y solos", dicen los superdotados

Tres brillantes asturianos relatan las peculiaridades de sus mentes privilegiadas, que "con muy pocas piezas nos permiten ver el puzle"

Por la izquierda, Saori Fujita, Pablo San Martín y Yéssica Gómez, ayer, en Gijón. MARCOS LEÓN

"Nos gustan mucho los gatos, pero se nos da muy mal abrir puertas", asegura con una sonrisa enorme Yéssica Gómez, superdotada, escritora, ilustradora, madre de dos niños y apunto de serlo de otro que viene en camino. Otro niño, y que probablemente también sea superdotado, con sus luces y sus sombras, con lo bueno y con lo malo. Como su madre.

Yéssica Gómez recuerda aquella infancia en el colegio como la empollona de la clase, sola en los recreos, ensimismada en lo suyo. Un día las monjas les comentaron a sus padres que su hija podría ser superdotada, pero sus padres asustados con la noticia prefirieron que Yéssica siguiera yendo a clase como si nadie les hubiera dicho nada. "Con el mínimo esfuerzo siempre saqué notazas, unas notas de la leche. Con 8 años querían que hiciese los cursos de dos en dos, pero mi padre le dijo a la directora del colegio que porque el coche corriese mucho no hacía falta forzar el motor", cuenta Gómez.

Esa misma sensación de soledad pero mucho más dura fue la que tuvo que soportar Saori Fujita en su colegio. Sometida a "verdadero acoso escolar, llegaron a amenazarme con palizas y a poner notas ofreciendo servicios sexuales gratis con mi número de teléfono. No recuerdo ningún amigo de mi etapa escolar ni del instituto", explica. A Saori le hicieron un test de inteligencia y se salió, iba por encima de la media. Así que el psicólogo de su centro propuso hacerle otra prueba más específica, el test de superdotación, donde Saori marcó un cociente intelectual (CI) de 145. No había duda, un CI normal no pasa de 120. "A partir de ahí mis padres no sabían qué hacer y el psicólogo tampoco. Se empeñaron en que los niños superdotados teníamos problemas sociales y que estábamos abocados al suicidio. Así que no se les ocurrió nada mejor que mandarme todos los sábados con una agenda a hacer cumplidos a la gente, para que supuestamente mejorase mis relaciones sociales", explica Saori.

A Yéssica Gómez la salvaron de aquellos recreos en soledad las relaciones de amistad que mantenía fuera del cole. "Me iba a jugar al billar o al bar y allí nadie te notaba nada, porque en esos sitios todos somos igual de gilipollas", explica con gracia. Los padres de Yéssica sabían que su hija tenía mucha capacidad. Desbordante. Algo que ella corroboró después, cuando entró a formar parte de Mensa (la asociación de personas con alto cociente intelectual más antigua del mundo) y que Saori Fujita coordina en Asturias.

Todos lo superdotados pasan por esa etapa confusa, de cuando no entiendes por qué siempre tienes la respuesta correcta y el resto del mundo se cabrea. "Cuando escogían parejas en el cole a mí nunca me elegía nadie", explica Saori, que lleva un rato dándole vueltas a una inscripción del servilletero de la mesa al que le falta una letra. "No soporto las faltas de ortografía", dice en voz alta. Yéssica tampoco.

Pablo Sanz Martín es superdotado, padre de superdotado y docente. Tiene todas las visiones juntas y todas las perspectivas. Su infancia no difirió mucho a la de sus compañeras. "Estaba solo y me refugiaba en la lectura y en la pintura", señala. "A mí me apuntaron a tantas extraescolares que lo que me fastidiaba era perderme 'Los Caballeros del Zodiaco'. ¿De qué iba a hablar mañana en el recreo?", dice Yéssica.

Cansados de que el resto del mundo no les entienda, los superdotados toman la palabra para intentar aclarar quiénes son y desmontar algunos mitos que siempre les persiguen. "Encontramos soluciones rápidas; pocas piezas nos permiten ver el puzle", dice Gómez. "Sí, estoy de acuerdo y también decimos lo que sabemos sin malicia ninguna", concreta Fujita. "Somos personas que generamos una envidia a la que somos incapaces de responder", apunta Pablo. "Cuando somos niños tenemos un gran sentido de la justicia, somos muy sensibles y nos cuesta gestionar el fracaso", añade Yéssica. "Yo soy muy indisciplinado", afirma Pablo, que en sus clases siempre intenta reforzar positivamente a los que, como él, tienen una mente brillante. "Hay chavales que me dejan con la boca abierta", concreta.

Tienen una forma diferente de relacionarse y de ver el mundo. Siempre con inquietudes, con ganas de saber más. Solucionan rápido los problemas, siempre por el camino más fácil y muchas veces ofrecen más de una alternativa. ¿Problemas sociales? Aseguran que la mayoría vienen desencadenados por el acoso escolar que han sufrido, crecieron a golpe de codazos y con un susurro constante que les decía: "Empollones, empollones". Pero también es verdad que necesitan una persona a su lado con inquietudes, que les siga la conversación.

Defienden que necesitan que el sistema educativo les tenga en cuenta, pero no sólo a ellos, sino las peculiaridades de cada alumno. La educación debe ser individual y personalizada, eso dice la ley, pero se disemina enseguida, en las aulas, donde los objetivos y los aprendizajes son iguales para todos. Los superdotados siempre quieren aprender más, pero no siempre son de dieces, también pueden suspender, cuando la materia no les motiva. Son humanos, son personas. "Queremos cambiar el mito del superdotado, no somos depresivos", dice Saori. "¿Y si dos más dos en lugar de ser cuatro pueden ser cinco?, tenéis que estar en el cinco", les dice Pablo a sus alumnos.

- ¿Preferiríais no ser superdotados?

-No, somos felices.

Compartir el artículo

stats