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El despertar de los esbardos en Valdecuélabre

Una osa y sus dos crías, recién finalizada la hibernación, las estrellas de la primera jornada de avistamiento del encuentro "Natur Watch", con medio centenar de aficionados

No hay nadie que no vaya a Somiedo y no llegue con la ilusión de ver un oso. Y cuando uno logra hacerlo es la misma sensación de cuando alguien de secano ve el mar por primera vez o la misma que cuando un niño pequeño consigue guardar el equilibro en la bicicleta sin ruedines. Ya no hay marcha atrás, siempre quieres más.

Una de las actividades que se englobaban dentro del segundo encuentro "Natur Watch", en Somiedo, donde expertos del sector turístico y la naturaleza analizan el futuro del turismo de naturaleza en el concejo, es precisamente el avistamiento de osos. Ahora la Administración pretende regularlo para garantizar el respeto a los animales y al medio ambiente y para que los turistas y aficionados puedan disfrutar en las mejores condiciones con todo tipo de información de expertos. Para lograrlo, todo estaba a favor: una tarde de sol, buena temperatura, y una osa preciosa que salió de su hibernación, gordina y con dos hermosos esbardos que saltaban detrás de su madre entre las rocas del alto de Valdecuélabre. Si algún experto en cine hubiera preparado la escena, no lograría hacerlo mejor. Hasta uno de los esbardos rodó hacia atrás por encima de las rocas intentando alcanzar a su madre, y ella le rescató, acariciándole con el hocico.

A un kilómetro y medio de la escena, la distancia mínima requerida para no molestar a la especie, cincuenta enamorados de la naturaleza, con prismáticos de precisión y cámaras fotográficas, no pudieron reprimir la ilusión de ver la tierna escena. "¡Qué mona, qué cosina más guapa!" se escuchaba.

Extranjeros

François Varenne llegó desde Francia a ver al oso pardo cantábrico. Explica que sí que ha visto osos, pero en zoos o en cautividad y que nada tiene que ver con esta experiencia. Llevaba varias horas sentado en un banco de madera apostado mirando al frente, confiando en que algo se moviera y no le importaba la incertidumbre, ni que pasaran las horas: "Es parte del encanto de estos avistamientos". Y hubo suerte. Junto a Varenne estaba Julien Sudradu, también francés y, como su colega, recién llegado a Somiedo con la ilusión de ver "osos de verdad, en su hábitat natural". A las doce de la mañana ya estaban instalados en el prado con todo el material preparado y su olfato no les falló. "Hemos visto una madre con sus dos crías, felices, saltando por entre las rocas y jugueteando. Nos llevamos de Somiedo un recuerdo maravilloso y volveremos".

Fernando Alonso es el guarda del parque natural de Somiedo, y también un enamorado de los osos, ¡cómo no!, casi le va en el puesto. "Vienen muchos holandeses, ingleses, portugueses, franceses y alemanes. Todos quieren ver osos. En estos tres años que llevo trabajando en el parque he podido notar una evolución en positivo del respeto que la gente tiene por el oso pardo cantábrico. Cada vez es un animal más querido y más respetado", concreta, y acerca su ojo al prismático mientras sonríe. "Toma, mira tú. Merece la pena", apostilla. Los dos esbardos pasarán ahora dos años junto a su madre, que se ubica en zonas altas para evitar que un oso macho pueda atacarles. Es el más puro instinto maternal, la lucha por la vida de una especie emblemática que a punto estuvo de extinguirse pero que hoy cuenta con más de 250 ejemplares en toda la cordillera cantábrica.

Flujos turísticos

Somiedo no solo vive del oso, pero está claro que estos animales que atraen a los turistas también pueden ser peligrosos. Por ello, no conviene nunca acercarse mucho a ellos. Son precisamente este tipo de avistamientos los que pueden ayudar a desestacionalizar los flujos turísticos. "Antes nadie se planteaba venir a Somiedo en mayo, pero es una época maravillosa para ver osos", explica el alcalde, Berlarmino Fernández.

Sofía González Berdasco "con B, que soy vaqueira", precisa, vive a unos metros de dónde pasea la madre y sus esbardos. Junto a otro socio se ha atrevido a emprender en la zona, montando una empresa que ofrece rutas por Somiedo y también la experiencia de ver osos. Cuenta Sofía González que "los inviernos aquí son muy duros, y yo que hice la trashumancia hasta los 22 años. Me crié sin televisión y estudié en un internado en Belmonte, también echo de menos el sol". Pero todas esas carencias se le olvidan cuando pone su ojo en el visor y ve a la osa, remolona, lozana y hermosa correteando en libertad... aquella infancia vuelve.

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