Trato inhumano en el HUCA

Cristina Fernández-Coronado González

Hoy hace una semana que me despedí de ti por unas horas.

Hoy hace una semana ibas temeroso y contento a buscar vida y te esperaba la muerte.

Hoy hace una semana aún veo tus ojos asustados mirándome:

–¿Cris, irá todo bien?

–Por supuesto, mi amor, esto es lo mejor que nos pudo pasar, ya verás como todo va a ir de maravilla.

Hoy hace una semana veo tu sonrisa cuando nos quitamos la mascarilla para darnos un beso sin saber que iba a ser el último.

Hoy hace una semana nos dijimos: “Nos vemos en la UVI”.

Hoy hace una semana que no te he vuelto a ver, que te arrancaron de mi lado, que se llevaron tu vida... y hoy quiero contar cómo fueron esos momentos, los peores de mi vida, y lo quiero hacer para que no se vuelvan a producir estas cosas y así nadie pase de nuevo por una situación tan falta de humanidad como la que yo viví. Cómo el ser humano puede ser tan frío, tan distante, tan aséptico, cómo un hospital se puede convertir en un lugar de pesadilla donde nadie te consuela, donde la gente se esconde para no verte y no dar la cara, donde no encuentras piedad... y ese hospital fue el HUCA, para mí desde aquel día el Hospital inhUmano Central de Asturias.

Me llamo Cristina, soy enfermera y llevo 36 años trabajando en el HUCA. Mi marido, Nacho, era médico inspector de Educación y se había jubilado hacía un mes, que cumplió 65 años, pero aún mantenía su consulta de médico de familia por las tardes. Debido a una enfermedad hepática que podía darle problemas importantes en un futuro y aconsejado de que para curar su dolencia de la manera que fuera más segura para él la posibilidad de disfrutar aún de muchos años de vida en buenas condiciones, se nos propuso el trasplante hepático. Según ellos, iba a ser la mejor elección, ya que si se le reproducía la enfermedad en un futuro, por su edad, ya no podría estar en la lista de trasplantes. La palabra nos daba miedo. Preguntamos si no era muy arriesgado. Nos dijeron que había un riesgo como con toda intervención, pero que hoy en día es algo que está muy protocolizado: no es como antes, se hacen muchos, son intervenciones muy estudiadas, buenos resultados, buen equipo, etc., etc... Lo que le terminó de convencer fue cuando la doctora le dijo:

–Si hubiese suficientes hígados para trasplantar sería el tratamiento de elección en muchas patologías hepáticas.

–Pues adelante –afirmó mi marido.

Le hicieron todas las pruebas necesarias para ver que podía entrar en el programa: escáner, eco, resonancia, cardiología, arteriografías, analíticas específicas, etc. Todo estaba bien. Se hizo una reunión de todos los médicos de los diferentes equipos y le dieron el OK. Ya estábamos en lista de espera. Él se encontraba bien, sin ningún síntoma y feliz, pensando en el momento en el cual nos llamaran para el trasplante. Eso sí, preocupado y temeroso, como es lógico, ya que tendría que estar un tiempo hospitalizado y serían días duros, pero entre los dos lo superaríamos.

Sábado 2 de abril. Estábamos en Tapia de Casariego, adonde vamos todos los fines de semana, y a las 18.00 horas sonó el móvil. Era la doctora del trasplante hepático. Nos dijo:

–Hay un hígado compatible, vengan para el HUCA enseguida.

Nerviosos y sin perder un segundo fuimos para allí. Nos vinieron a buscar, lo prepararon y, cuando comprobaron que todo estaba bien, nos comunicaron que a las 21.30 horas aproximadamente comenzaría la intervención. La doctora nos dijo que ella lo vería por la mañana en la UCI, que la intervención duraría unas siete u ocho horas y que lo mejor es que yo me fuera para mi casa, ya que era mucho tiempo de espera. El cirujano me llamaría al finalizar para informarme. A las 22.15 horas aproximadamente lo llevaron al quirófano.

–No se preocupe –me dijeron las enfermeras de la unidad–, nadie se muere en el quirófano. Hoy en día, en un trasplante de hígado está todo controlado.

"Como trabajadora del HUCA me siento avergonzada. Como esposa, aparte del dolor tan profundo, he pasado por una situación tan cruel e inhumana en los peores momentos de mi vida que no tengo palabras"

Esperé un tiempo en la sala de espera, pues al haber trabajado 25 años en el quirófano sé que a veces al principio hay algún problema o quieren preguntar algo a los familiares; no sé, me costaba irme. Al cabo de una hora, me fui para mi casa pensando en regresar a las cinco de la mañana para estar cuando terminase la operación. Estaba sola en mi casa, mis hijos estaban fuera de Asturias, les habíamos avisado y pensaban ponerse en camino al día siguiente. No era una operación a vida o muerte, era una intervención programada y reglada, y todos estábamos asustados ante lo desconocido, pero contentos.

Suena el teléfono: tres de la mañana. Me da un vuelco el corazón.

–Oiga, ¿es la mujer de Ignacio? Acérquese por el quirófano que hay problemas.

Un abismo se abrió bajo mis pies y ahí empezó mi calvario. Entro en el HUCA; solo hay luz en la entrada. Subo al primer piso, al despacho de información de la sala de quirófano. Tras la mesa, estaba el cirujano.

–¿Viene sola?

–Sí –respondo.

–Pues mire, hubo problemas. Era un trasplante muy complejo, hubo complicaciones.

Yo no entendía nada, solo decía:

–¿Pero se murió?

–Pues sí, no se pudo hacer nada... –me confirma el cirujano.

Él seguía tratándome de usted. Yo bajé mi mascarilla, y le dije:

–¿Por qué me tratas de usted? ¿No me conoces?

Sí me conocía, pero no importó; hay que tratar de usted para mantener las distancias, incluso en estas situaciones... aunque la persona con la que estás hablando sea una compañera. Aunque le estés diciendo que su marido ha fallecido de una manera inesperada. Fue algo increíble, una sensación de ahogo, de abandono, se apoderó de mí. Solo podía decir:

–Pero, ¿cómo? Si nos dijeron que esto era lo mejor, si nos dijeron que esto era el mejor tratamiento para garantizarle una larga vida...

Entré en shock. No podía ser. Y él solo decía que un trasplante era una cosa muy seria y que la gente pensaba que era como irse de paseo. Distante, aséptico, ni una mirada cálida, ni un acercamiento... Solo percibía en él una actitud fría y defensiva. Yo dije que quería verle, poder despedirme de él.

–No está en el protocolo –contestó.

A continuación, salió una antigua compañera enfermera, momento que él aprovechó para desaparecer, sin un “lo siento”, sin un pésame, sin un adiós... Ella fue la única cara amiga que me miró con pesar, con pena, y me dijo:

–Es mejor que no lo veas.

Yo insistía:

–No puede ser, tengo que verlo.

Ante mi insistencia, me dijo que lo podía ver cuando lo bajaran a la morgue, pero que no lo viera en el quirófano.

–Llama a alguien –me dijo mi compañera.

Salí para llamar a mi cuñado, que estaba esperando en su casa a que terminara la operación. Le dije:

–Sube, hay problemas.

No pude decirle que su hermano había muerto, no hasta que llegara. Estaba sola. Salí al atrio para esperarlo, para ir a su encuentro. Oscuridad, vacío, nadie que me sujetara, que me diera una mano, que me abrazara... Me apoyé en la pared, no tenía fuerza. Me había roto y mi cuerpo no me sostenía. Me dejé resbalar hasta sentarme en el suelo, hasta que llegó. Por fin calor, desgarro compartido, apoyados el uno en el otro, no se veía a nadie, solamente dos familiares de pacientes que acababan de entrar en una sala de espera. Salimos hacia la zona quirúrgica. Nadie. Pregunto a una celadora que era la que nos había acompañado al quirófano y que entonces parecía tan afable. Ahora se escapaba, y ante nuestras preguntas decía:

–Yo no sé nada, yo no sé nada...

Y desapareció rápidamente.

Volvió mi compañera, y vimos a dos celadores. Ella me dijo:

–Pregúntales, a ver si puedes verlo.

–Por favor, ¿puedo ver a mi marido cuando lo lleven a la morgue? –les pregunto.

–No, si no lo vio usted en el quirófano, ya no lo puede ver –me responden.

Miro a mi compañera, no sabe qué decirme. Insisto ante los celadores, y me dicen que ya lo han metido en la cámara y que no lo puedo ver. Mi cabeza no entiende nada. ¿Cómo es posible que también me nieguen el poder despedirme de ti? No lo puedo entender. No es habitual morirse en un quirófano, y menos cuando entras lleno de vida, y no es una intervención de urgencia, pero te tocó a ti, amor mío. No sabemos qué hacer. Preguntamos y la respuesta es:

–Váyanse a su casa, y llamen a la funeraria.

Shock. Yo no me voy sin verle. Bajamos a la entrada. Aquí sí hay un banco donde sentarse. Yo tengo que ir a la morgue, quiero despedirme de él. Mi cuñado baja, regresa, no hay nadie, no lo podemos ver. Pasa mi compañera, que ya se va para su casa.

–Lo siento, yo me tengo que ir –me dice.

–Lo sé, gracias, fuiste la única persona que me demostró algo de humanidad.

No se ve a nadie. Solo se oye mi llanto desesperado, la gente huye del dolor. No lo quieren ver, no se quieren implicar. No, en este hospital no se consuela. O a mí eso me tocó. Te fuiste y aún no lo puedo creer. Te arrancaron de mí, no me dejaron verte...

Tuve que despedirme de ti seis horas después, en un tanatorio, donde tú ya no parecías tú. Pero te pude abrazar y besar. Allí sí que me dejaron, porque tú eras mío, no de ellos. No bastó que murieras cuando no debías, también me negaron tu despedida. ¿Dónde está la humanidad? ¿Dónde el consuelo? ¿Dónde la piedad? Esa noche hubo una conjunción de desastres, la mala suerte se alió contra nosotros, se fue la mitad de mi vida. El desgarro es total y duele mucho, y el trato recibido es indescriptible. Aún más cuando llevas 36 años trabajando allí, cuando has dado la mayor parte de tu vida para conseguir con tu colaboración un hospital humano donde atender, consolar y dar bienestar a la gente enferma y a sus familias. Y en pago ¿qué recibes? Este trato. Duele más cuando has trabajado 24 años en el quirófano, y a ti no te pueden engañar. ¡Es tan difícil morir en el quirófano, pero a ti te tocó, mi amor!

Hoy hace dos semanas que te has ido y nadie del equipo médico y quirúrgico de todas las especialidades implicadas en tu caso se ha puesto en contacto conmigo. Nadie me ha llamado, nadie me ha dado un informe, nada. Es algo totalmente increíble, es una auténtica vergüenza. ¿Qué pasa? ¿Por qué? Es algo incomprensible. Como trabajadora del HUCA me siento avergonzada. Como esposa, aparte del dolor tan profundo, he pasado por una situación tan cruel e inhumana en los peores momentos de mi vida que no tengo palabras. Y quiero que se sepa que un hombre ha muerto. Un hombre que era un esposo maravilloso, un buen padre, un buen amigo, un gran profesional, era una muy buena persona. Y es como si para toda esta gente nunca hubiera existido. Es como si hubiera sido un objeto que se rompe, barren sus trocitos y lo tiran a la basura.

Espero que estas palabras, que con tanto dolor he escrito, sirvan para que estas situaciones no vuelvan a repetirse y que se tome conciencia del trato inhumano que se da a la gente en el Hospital inhUmano Central de Asturias.