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Vicente Montes

La lectura de los partidos en Asturias del “efecto Andalucía”: más apego al territorio y más dardos contra Sánchez

Los barones socialistas se centran en su gestión tras el resultado de Andalucía l Barbón refuerza la vinculación de la FSA con Asturias, en línea con el «asturianismo político» l El complejo horizonte económico beneficia al PP, pero no lo es todo

Adrián Barbón, durante el pleno de la Junta.

Tras las elecciones andaluzas, los líderes autonómicos refuerzan su identificación con el territorio. Esa estrategia es evidente en el presidente asturiano, Adrián Barbón, un líder que ha tenido especial esmero en cuidar su marca personal y vincularla a la de Asturias. También ese fenómeno ha llegado a la Federación Socialista Asturiana (FSA), donde la simbología regional gana terreno. Pero, al tiempo, el resultado del 19 de junio intensifica el duelo bipartidista en el espacio nacional, por lo que el PP redoblará sus esfuerzos por desbancar a Sánchez de la Moncloa en 2023. Para ello necesita acrecentar su peso territorial. Teresa Mallada, presidenta del PP asturiano, focaliza su discurso en la gestión del PSOE asturiano vinculándola a la del Ejecutivo de Sánchez. Los populares asturianos, a las puertas de afrontar un proceso de reflexión interna, tienen una misión sobre la mesa: aglutinar de manera definitiva el voto del centro-derecha.

La sacudida andaluza. El resultado de las elecciones autonómicas en Andalucía ha supuesto una sacudida al escenario político, mayor incluso de lo que las encuestas apuntaban. La victoria por mayoría absoluta del candidato popular, Juanma Moreno, ha acrecentado esa sensación de cambio de ciclo, ha forzado al Gobierno de Pedro Sánchez a tratar de poner diques de contención para salvar su imagen y ha dirigido las miradas a las próximas elecciones en el calendario: las autonómicas y municipales, previstas para el 28 de mayo de 2023. En esa fecha se decidirán los gobiernos de los municipios, así como de las comunidades no históricas. Dos lecturas serán ahí relevantes: en las municipales, el cómputo global de votos; en las autonómicas, la capacidad de resistencia de los gobiernos socialistas y el previsible aumento en escaños regionales del Partido Popular. Si hay algún vuelco, miel sobre hojuelas, piensan en el PP.

Votos separados y efecto arrastre. Pero cuando se analiza territorio a territorio, los partidos son conscientes de que, si bien el votante distingue el ámbito de cada papeleta, existe un fenómeno de arrastre relevante. Son muchos los electores que pueden respaldar a un alcalde o alcaldesa de un partido y al tiempo a un gobierno autonómico de signo distinto, pero existe una masa de votantes que puede sentir que una buena o mala gestión municipal conlleve también premio o castigo en el voto autonómico, y viceversa. Y, también, si el clima nacional está muy polarizado, las elecciones autonómicas pueden ser una forma de expresión previo a unas generales.

El secreto de Moreno. La victoria de Juanma Moreno ejemplifica cómo los ámbitos se solapan. El presidente andaluz logró obtener buena imagen entre sus ciudadanos, aunando identificación con Andalucía y discurso moderado. Lejos de darse codazos con Vox por ocupar un espacio marcadamente ideológico, optó por despertar una imagen amable y apegada al terreno. Tampoco mantuvo una estrategia de confrontación clara y antagónica con el gobierno central, que sí representa la madrileña Isabel Díaz Ayuso. Más bien al contrario, conectó con votantes que históricamente respaldaban al PSOE, entre quienes conseguía una buena valoración de imagen, según las encuestas. Pero al tiempo, también supo aprovecharse del descenso demoscópico nacional de un PSOE que capea una situación económica incierta, afronta dispuestas con sus socios y sortea un rosario de sacudidas políticas y parlamentarias. Probablemente el empecinamiento del PSOE en señalar la inminencia de un gobierno de coalición PP-Vox en Andalucía hiciese también el efecto contrario: el refugio para evitarle un papel protagonista al partido de Abascal no era el PSOE, sino el PP. Ayuso, por contraposición, focalizó su exitosa campaña en considerar las autonómicas como una elección entre ella o el sanchismo.

De la confrontación a la gestión. Cuando se habla de cambio de ciclo político, la reflexión no es tan simplista como pensar en un relevo de partidos. Lo que ocurre es que los referentes por los que se moviliza el electorado han cambiado. De un periodo en el que la carga ideológica de la escena política también polarizaba al electorado y en el que los partidos sacaban sus armas pesadas y eslóganes fáciles para anular al contrario, parece que nos adentramos en un tiempo distinto en el que la gestión volverá a estar en el centro del debate. Dos hechos son relevantes para entender qué ha pasado: la pandemia y las crisis económicas.

La pandemia: las cosas serias. La irrupción inesperada del covid trastocó todo y de un juego político de estrategias cortoplacistas, efectismo demoscópico y discursos dirigidos a la hinchada, se pasó a hablar de las cosas serias: la salud de las personas y el futuro de las familias en un escenario incierto. Quizás el mejor ejemplo de que las fórmulas anteriores no funcionaban fue que la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ganase respaldo frente al ataque a su gestión sanitaria desde la izquierda. Hay un fenómeno por el cual la persona objeto de ataques masivos termina generando adhesión, al comenzar a verse como víctima.

El gobierno central no rentabiliza. Otra lectura que se extrae de las elecciones de Andalucía es que el gobierno central no rentabiliza sus medidas frente al covid, pese a que fueron relevantes y supusieron una importante contención a la economía. Pero el Ejecutivo de Sánchez tomó las riendas en el peor momento y adoptó las decisiones más difíciles y, luego, consciente del desgaste, terminó trasladando a las autonomías muchas de ellas, pero ya cuando lo peor había pasado. Los líderes autonómicos se centraron en defender sus intereses territoriales y eso elevó su imagen entre sus ciudadanos. Son conscientes de ello en la dirección federal del PSOE: basta escuchar el tono de la asturiana Adriana Lastra la noche electoral del 19-J, reprochando a Moreno en un discurso inadecuado haberse aprovechado de los fondos del Estado para reforzar su imagen de gestión.

La crisis económica, segunda oportunidad o segundo tropiezo. La economía vuelve a estar agitada a consecuencia aún de muchos coletazos del covid (como las dificultades de suministro de componentes) y por las consecuencias de la guerra en Ucrania y las sanciones a Rusia. Todo ello ha trastocado la idea de una recuperación vertiginosa tras la pandemia y nos conduce a un marco de inflación, rebajas de las previsiones de crecimiento y medidas restrictivas. El gobierno de Pedro Sánchez tiene un horizonte complejo: deberá empezar a cumplir la letra pequeña del contrato de los fondos europeos (las reformas incluidas en el Plan de Recuperación y que prometió a Bruselas) y tendrá que evitar el impacto en las familias. Las medidas aprobadas ayer mismo (y que finalmente el Ejecutivo extiende hasta final de año) son, en gran parte, un dique de contención en la esperanza de que a comienzos de 2023 las cosas mejoren. La duda está en si en la opinión pública esa actuación se evaluará como gestión adecuada o como supervivencia política.

Gestión frente a confrontación. La actitud del Gobierno de Sánchez parece que pasará por elevar las diferencias con el PP para tratar de frenar su ascenso. Decisiones como los cambios para forzar la renovación del Tribunal Constitucional no hacen sino bloquear cualquier espacio de entendimiento entre ambos partidos. Esto tiene un riesgo. El PSOE confía en que en 2023 la situación mejore y pueda rentabilizar su mandato. Y que además la imagen de Pedro Sánchez se refuerce durante el periodo de presidencia española de la UE. Pero si ese pronóstico falla, quien probablemente gane en imagen sea Núñez Feijóo, cargado de argumentos por los rechazos del Gobierno a sus propuestas de mano tendida. La lectura de Andalucía parece indicar que si las cosas en la economía pintan feas, la responsabilidad se la llevará Sánchez más que los gobiernos socialistas autonómicos, que ya preparan su nueva estrategia.

Barbón y la marca Asturias. De este nuevo ciclo han tomado buena nota los barones territoriales de todos los partidos. Si se centran en la gestión y en la identificación territorial saben que saldrán con un plus de ventaja. Esta es una estrategia que el Presidente asturiano, Adrián Barbón, conoce bien y ejecuta conscientemente. Y lo hace además con atención a los símbolos. Un ejemplo: la primera reunión del comité autonómico de la Federación Socialista Asturiana tras el último congreso del partido. En el atril de los oradores ha desaparecido cualquier mención a la FSA (abundante en otros elementos de la escenografía). Únicamente se lee: Asturias. La idea del «asturianismo político» de Barbón ya se apuntó desde el principio de su legislatura pero se ha acrecentado en esta segunda parte, cosechando la buena valoración que ha tenido su gestión de la pandemia, elevando el discurso para ahuyentar las críticas de «sucursalismo», y organizando maratones ministeriales que repetirá en lo que queda de legislatura para reforzar una imagen exigente. Añádanle a eso cierta épica patria, exaltación de los elementos identitarios y una dosis de orgullo frente a tesis catastrofistas.

El contraargumento del PP. Esos puntos extra con los que parten los dirigentes autonómicos suponen una dificultad añadida al PP asturiano, que deberá compensarlo apelando al clima nacional. El error de los populares puede estar en creer que ese marco es extrapolable directamente a los territorios, sin tener en cuenta que ellos tienen un handicap estructural por la historia cainita del partido. Núñez Feijóo exigirá que las autonómicas y municipales de 2023 sean la antesala de un relevo en las generales, y para eso en Asturias los populares deberán acertar con nombres y discurso. No será hasta después del verano cuando el PP asturiano tome las decisiones necesarias, pero más allá del debate sobre candidaturas sería necesario una reformulación de su espacio. Génova reclama avances en la unificación del centro-derecha y la opción de llevar al marco local y autonómico la alianza con Foro Asturias está sobre la mesa, con el añadido que supondría poder contar con Carmen Moriyón como opción a la Alcaldía de Gijón. Pero no todos en Foro defienden ese paso (un sector apuesta por mantenerse en solitario como opción regionalista con posibilidades de acuerdos con el PSOE) y tampoco los foristas negociarán una coalición sin exigir cambios visibles en el PP asturiano. Aún falta sosiego y diálogo interno sincero entre los populares, y sobran dimes y diretes.

Dos fuerzas. En resumen, competirán los discursos nacionales enfrentados con el intento de los gobiernos autonómicos socialistas de separarse de ellos. Eso les dará una ventaja de salida, pero dependerá también de cuánto desgaste sufra Sánchez. Con todo, la historia del líder del PSOE ya ha mostrado que se crece en las dificultades y que es capaz de resurgir cuando todos lo dan por acabado.

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