M. MANCISIDOR

Mónica Rodríguez López, avilesina de treinta años, se ha convertido en sólo dos meses en el ángel de la guarda de decenas de adolescentes de la isla de San Miguel -la mayor de las nueve que forman el archipiélago de las Azores- que viven en la calle, sin escolarizar. Partió de Avilés el 29 de febrero, nerviosa pero motivada, rumbo a la que algunos bautizaron como «la isla verde» para participar en un programa de voluntario. Ahora ya no hay quien la pare.

Gracias a la colaboración del programa «Europa aquí» que promueve la concejalía de Juventud del Ayuntamiento de Avilés, Mónica Rodríguez, diplomada en Trabajo Social, contactó con el Instituto de Apoyo a la Infancia y Juventud de San Miguel. Allí trabaja desde entonces en el área de educación de calle. «Trabajamos con niños de la calle, nuestro local es su hogar y allí planteamos diferentes actividades para que los jóvenes, de catorce a dieciocho años, pasen un buen rato», explica.

La avilesina comparte piso en San Miguel con voluntarios de Austria, Alemania y Cantabria. El idioma oficial del hogar es el inglés y un profesor particular les enseña el idioma de los micalenses, como se denomina a los habitantes de la isla, que viven con dos horas de retraso respecto a España. «Lo entiendo casi todo, estoy encantada», señala esta joven, que cada día, antes de ir a trabajar, piensa en su suerte.

«Mi mayor motivación es poder ayudar, he tenido la fortuna de nacer en una casa donde he tenido de todo y ahora estoy viendo otro mundo. Trabajo en un sitio con jóvenes de la calle donde comprar una cartulina supone un gran esfuerzo, pero jamás se pierde el compañerismo», destaca.

Mónica Rodríguez López se enamoró también del paisaje de San Miguel, una tierra volcánica donde crecen bosques de laurisilva y se refugia el camachuelo de Azores. «Después de Asturias pensé que no había nada tan bonito, pero esto es una pasada, el clima es tropical y la isla... tiene unos sesenta kilómetros y desde el punto más alto se ven las dos orillas», explica esta avilesina, encandilada por el Lago de Fuego, el más salvaje de las Azores, que debe su nombre a algas rojas que le dan un color característico, similar al de la lava.

Cada semana, Mónica Rodríguez realiza excursiones con sus compañeros, con quienes ya mantiene una sólida amistad. «El otro día hicimos una fiesta española, con paella y sangría», añade con humor esta joven que dejó un puesto de trabajo en una tienda de deportes, a la que piensa volver, para ayudar a los adolescentes de las calles de San Miguel. «Lo que estoy viviendo aquí se lo recomendaría a todo el mundo, hay cosas que ni por asomo pensé que me iba a encontrar», concluye. En septiembre regresará a casa, a Avilés, y entonces, afirma: «Tras esta experiencia veré el mundo de otra forma, veré la realidad de lo que me rodea».