T. CEMBRANOS / A. P. GIÓN

Avilés mira de cara, por fin, a la faz del eje milenario de su historia: la ría. El inicio de obras en la margen derecha con vocación de proyectar la traza urbana evidencia el nuevo protagonismo que adquiere el estuario. Convertido en cloaca durante décadas, la idea de recuperarlo se gestó hace casi 30 años, allá por 1979, cuando se decidió enterrar la imagen vergonzante que ofrecía la que durante siglos fue la seña de identidad de la ciudad. Con un largo y tortuoso camino, no exento de obstáculos, los avilesinos vuelven a contemplarla con orgullo e ilusión: el orgullo de poder disfrutar de ella con actividades deportivas y un entorno atractivo, y la ilusión de comprobar que se ha convertido, otra vez, en eje de la ciudad, en punto de referencia. Las obras del Centro Cultural Oscar Niemeyer confirman el reencuentro de la ciudad con una ría que nada tiene que ver con la de hace décadas.

En torno a 1950, con la llegada de la gran siderúrgica, la joya de Avilés (entrada de la riqueza comercial, con el tráfico pesquero y de mercancías, y cultural, con la llegada y partida de miles de emigrantes) se convirtió en la parte trasera de la ciudad, en un espacio sucio y degradado.

No fue hasta 1979, con la primera Corporación democrática, cuando se decidió tomar cartas en el asunto. «El nivel de contaminación de la atmósfera y de las aguas era una cadena con un peso enorme que nos impedía desarrollar Avilés. Se realizaron estudios técnicos que condujeron, en 1992, a un convenio para el saneamiento integral, posterior retirada de los lodos y canalización de la ría», explica el concejal de Urbanismo, Alfredo Iñarrea.

Las razones eran más que fundadas: al elevado riesgo para la salud pública se sumaban los problemas del deterioro del estado e imagen de los edificios. Además, la crisis de la siderurgia no tardó en llegar y los organismos públicos vieron la oportunidad de dar un giro al desarrollo industrial en el municipio.

«Se dieron las condiciones para atraer otro tipo de empresas para renovar los puestos de trabajo que se perdieron con la reconversión. Para ello, había que quitar el lastre de la contaminación», añade Iñarrea. Esa nueva visión permitió, además, lavar la imagen del casco histórico con la recuperación de los inmuebles.

El concurso de tres administraciones públicas y la aportación de sumas millonarias fueron necesarios para sufragar unas largas y demoradas obras de saneamiento (que comenzaron con la retirada de lodos y que, a día de hoy, están a expensas del colector industrial y el emisario submarino de Xagó, en fase de ejecución), rehabilitación, mejora ambiental y ampliación portuaria. «El Niemeyer no podría existir sin lo que se ha hecho», apostilla Iñarrea.

El puerto ha sido otro de los pilares fundamentales en la recuperación del estuario y en su mirada al futuro. El paseo de la ría, entre el muelle pesquero y el paseo de Larrañaga, ejemplificó el buen funcionamiento del binomio puerto-ciudad. El crecimiento de los muelles por la margen derecha y el incremento del calado constituyen la continuación de cuatro ampliaciones anteriores. «El Puerto va a duplicar su capacidad en un futuro inmediato y lo hará, además, en consonancia con la ciudad», señala el presidente del Puerto, Manuel Docampo.

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