M. MANCISIDOR

«Esta noche me acordé de que no le puse las pezuñas a una novilla... y en unos días tengo que entregar esta escultura, mi último trabajo...», dice Avelino Tellado, no sin pena. Este hombre, natural del pueblo pontevedrés de Fozara (Ponteareas), llegó a Avilés en los años cincuenta con la mayoría de edad recién cumplida. Participó en la construcción de la Fabricona y allá por el año 1961 se incorporó a la plantilla de Ensidesa. Avilés iniciaba entonces años de oro ligados al hierro y Tellado no desaprovechó la ocasión. Su ingenio hizo el resto.

«Siempre me gustó jugar con los cables, hacer figuras y componer, pero fue ya en Avilés donde desarrollé mi carrera artística. Cuando no me veía nadie en la fábrica cogía piezas pequeñas de hierro y las moldeaba. Lo primero que hice fue un cenicero y causó sensación. Aquello me dio ánimos para seguir adelante», recuerda Avelino Tellado, quien hace un año que cerró su viejo taller de La Luz donde, después de jubilado, realizaba encargos de hierro, bronce, asta o taracea. Tellado gestaba sus obras dando largos paseos por el barrio, siempre con los brazos cruzados a la espalda. Vestía entonces de pantalón de mahón, boina y mostacho más bien espeso. Su escuela -explica el escultor- fue su trabajo y también la calle.

«Siempre iba pensando qué podía hacer y cada minuto que tenía libre lo dedicaba al taller. He destrozado muchos pantalones de estrena con el hierro», añade Avelino Tellado. En una ocasión, el escultor galaico-astur, acudió a una feria. Allí un joven le dio una tarjeta de visita. «Me dijo: "Usted y yo vamos a trabajar mucho juntos", y yo pensé: "No será para tanto"», recuerda.

A los pocos días, Tellado tenía en su taller numerosos encargos para casi toda España y el extranjero. Su contacto era un diseñador ovetense que se había quedado prendado de los modelos de forja del de La Luz. «Empecé una gran etapa, un poco viejo, eso sí, pero fueron años muy buenos. Decoré por placer bares, restaurantes e, incluso, hice trabajos para Jesús Quintero, "El Loco de la Colina"», subraya.

Cuando el artista dejaba el cincel de los encargos -Avelino trabajaba el hierro en frío, con moldes y herramientas-, sacaba a relucir su vena creativa. Lo que más le llamaba la atención eran las reproducciones a tamaño natural. Así, hizo durante años la figura del rey Pelayo y de la reina Urraca, un avestruz, un gaitero, un mastín que pesaba casi 200 kilos, la cruz de la iglesia de La Luz y hasta una pareja de bueyes con su correspondiente carro. Entre sus obras también destaca la figura, a tamaño real, de Enrique Fernández, el que fue presidente de la charanga «Los Luceros». Se encuentra en la Biblioteca de La Luz.

«La escultura de los bueyes fue una de las últimas, al ser de tamaño natural me cansaba mucho y mis hijos me convencieron para que dejara el taller. Ahora estoy con la novilla y una campesina por afición, pero ya no trabajo», recalca. Sabe que su nombre no pasará a la historia como el de Miguel Ángel o Leonardo da Vinci, pero se conforma con que en Galicia exista un pequeño local con algunas de sus obras.

«Eso sí, nunca firmé ninguna. Aquellos años eran difíciles y tardé tiempo en tener unos ahorros para poder comprar el material», señala, con un guiño de sinceridad.

Con el cierre del taller de Avelino Tellado en La Luz se pone fin a una historia ligada a la siderometalurgia en Avilés. «Ahora apenas hay gente que trabaje la forja y siento que de mis tres hijos ninguno quisiera aprender, si yo pudiera seguir un año más...», concluye dejando puntos suspensivos en el aire, con los brazos cruzados. Quizás está pensando en cómo hacer una nueva obra o tal vez esté diseñando las pezuñas de su última novilla. Su corazón es de hierro.