1.-Rateros de libros. Ana Martínez Rus escribió un libro, editado por Trea, titulado «San León librero», en el que -entre otras cosas- se refiere al asturiano León Sánchez Cuesta, nacido a finales del XIX. Sánchez Cuesta tenía abierta una librería en Madrid y en 1925 escribió una carta a César González Ruano -que entonces tendría unos 22 años, arriba o abajo- pidiéndole que no volviera a poner los pies en su librería, porque «había notado la falta de numerosos libros coincidiendo con la presencia de su grupo en la librería».

2.-Multiculturalismo. Celso Díaz, editor, librero y, además, buen amigo, opina que las llamadas «ferias del libro», a palo seco, no atraen clientes, así que Celso se ha inventado lo que él llama multiculturalismo. Y ¿cómo funciona eso del multiculturalismo? Pues muy sencillo: cuando se organiza una Feria del Libro, Celso es partidario de acompañarla con gaiteros, canciones asturianas, pinchos, hasta algún culín de sidra, para «animar el cotarro», como él dice. Claro que, visto así, más que una Feria del Libro, parece una romería asturiana de las de antes.

3.-Un solo libro. Luis María Alonso, en uno de sus siempre interesantes artículos, recoge una frase de Danilo Kis, autor de «Enciclopedia de los muertos». Según este autor -para mí desconocido-, «muchos libros no son peligrosos, lo peligroso es uno sólo». Algo parecido ya lo había dicho Santo Tomás de Aquino, a mediados del siglo XIII: «Timeo hominem unius libri». O sea, temo al hombre de un solo libro.

4.-Adiós a las librerías. Dar una vuelta por la Feria del Libro de Madrid siempre es algo apetecible para aquellos a quienes nos gustan los libros y algo de sol y calorcillo en primavera. Recuerdo la del año 2004, cuando muchas de las casetas de la feria ostentaban un gran cartelón con la leyenda «Las pequeñas librerías se mueren». Y es que los grandes centros comerciales, las ventas a domicilio, las directas de los propios editores y distribuidores, las que se hacen a través de internet, etcétera, están hiriendo de muerte a las clásicas librerías que hemos conocido de toda la vida. Se calcula que, a la vuelta de unos 20 o 25 años, no quedará ni una de aquellas librerías de antes.

5.-El «bookcrossing». Esta práctica procede de internet y consiste básicamente en «dejar olvidado» en cualquier lugar un libro que ya se ha leído, para que otra persona lo encuentre, lo lea y, a su vez, lo deje en otro lugar, continuando, de ese modo, una especie de cadena de lectores casuales, alargando la utilidad y la vida de los libros. Parece ser que en España ya hay miles de personas que siguen esta curiosa práctica, pasando de los 500.000 quienes lo hacen en todo el mundo, casi todos ellos jóvenes de ambos sexos. Otra variante es el «book ring»: el libro no se deja en cualquier ligar, sino que se lo pasan unos a otros entre determinados miembros de la comunidad internauta.

6.-El libro más caro del mundo. Su autor es Tomas Alexander Hartmann, a quien yo no tengo el gusto de conocer, y se titula «The task», que suena a tasca, o sea, a chigre, pero que no tiene nada que ver con estos establecimientos. Este librito tiene 13 páginas y su precio es de 153 millones de euros. ¿Qué habrá dentro de este superlibro?

7.-Internet y los libros. El académico Gregorio Salvador, en una de sus terceras de «ABC», recordaba que hace tiempo solía decirse que «todo está en los libros», para indicar que todo el saber humano, todos los conocimientos que merecen la pena radican en los libros, en las bibliotecas, y que lo que no está en los libros es porque no existe o porque, si existe, es algo que carece de interés; pero que ahora aquella frase ya no tiene sentido y que lo que se dice actualmente es que «todo está en internet», como si los libros ya no significaran nada. Añade Salvador que esto es un error, porque lo que podemos encontrar en internet es información, pero el conocimiento, la cultura no la encontraremos navegando por la red, sino en los libros.

8.-Apadrinar palabras a punto de desaparecer. Como consecuencia de la «purga» efectuada en el Diccionario de la RAE en el período de 1992 a 2001, algo más de 6.000 palabras fueron condenadas al destierro. Y, en una especie de desagravio, la Escuela de Escritores y el Ateneo de Barcelona «inventaron» apadrinar ciertas palabras sobre las que planea el riesgo de desaparición, incorporándolas a una especie de «reserva» en internet para salvarlas de la muerte y del olvido. Entre las palabras que apenas se emplean y sobre las que planea aquel peligro encontramos algunas tan conocidas como «pundonor», «calcaño», «palangana», «quincallería», «ultramar», «zangolotino» y otras muchas.

9.-Una triste anécdota. El año pasado, por estas fechas, Esteban Greciet contaba en este mismo diario que a dos nietos de un amigo, residentes en distintos lugares de España, les preguntaron, por separado y en diferentes fechas, qué regalo les gustaría recibir por su cumpleaños y ambos contestaron básicamente lo mismo: «cualquier cosa, menos un libro». Mal andamos para que un niño rechace ya, de plano, que le regalen un libro, resultando evidente que algo hemos hecho o estamos haciendo mal, rematadamente mal. Que los aparatitos modernos -desde el ordenador hasta el teléfono móvil, pasando por la tele, el mp3, la Nintendo, el iPod y lo que venga- están muy bien y ayudan mucho, pero nunca podrán sustituir a los libros, a su olor, a su estructura, al tacto de cada página. Y no me creo que el libro, tal como lo conocemos, vaya a desaparecer. Que nunca será lo mismo leer algo en una pantalla, más o menos grande, más o menos luminosa, que hacerlo con un libro en las manos, sentados en una cómoda butaca y viendo por la ventana cómo cae la lluvia.

Precisamente, no hace mucho -finales de enero último- un periodista le preguntó a Mario Muchnik -escritor, fotógrafo y editor, sobre todo esto último, me parece- si creía que las nuevas tecnologías podrían hacer desaparecer el libro. Y Muchnik respondió que el libro ya es muy antiguo, que es como la rueda, por ejemplo, y que no desaparecerá nunca. Ojalá Mario Muchnik lleve razón.