Luanco, Illán GARCÍA

Isidro Rubio, vecino de Luanco, cuenta ya los días que distan de la celebración de su centenario, el próximo domingo. A sus 99 años presume de vitalidad y conserva prácticamente inalterable la memoria. Eso sí, insiste en que a lo largo de su vida no se ha emborrachado nunca ni ha fumado un solo cigarrillo, como si éstas pudiesen constituir claves de su longevidad. Su vitalidad le ha llevado en ocasiones, según explica, a que vecinos de Luanco le comenten que «se pone años». «Como los bares vivieran de lo que yo les doy...», bromea.

Isidro Rubio nació en Valcarlos, Navarra, el 18 de mayo de 1908. Después de tres años en la comunidad foral partió con su familia a Palma de Mallorca, donde destinaron a su padre por trabajo. A los 8 años se trasladó de nuevo, esta vez al pueblo de Saucelle, en la provincia de Salamanca y a tan sólo 22 kilómetros de Portugal. Allí pasó su infancia y sus primeros años de juventud, hasta que le llegó la hora de hacer el servicio militar. Isidro Rubio fue a parar a Zamora, donde pasó 27 meses de mili con el antiguo cuerpo de carabineros. Desde muy joven, Rubio aprendió el oficio de zapatero, labor que retomó tras su jubilación, hace ya 50 años. Participó en la guerra civil y combatió durante tres meses en el frente de Ronda, en Málaga, aunque fue en Cádiz donde pasó sus últimos años antes de recalar en la capital del concejo gozoniego. Tras la unificación de los cargos en el Ejército, Isidro Rubio se incorporó como cabo en la Guardia Civil. Su llegada a Asturias coincidió con su ascenso a sargento.

Este luanquín de adopción -lleva en el concejo desde que tenía 35 años- proviene de una familia de militares. Isidro siguió los pasos de su padre, pero sin descuidar el oficio de zapatero. «Llegué a Luanco la víspera del Socorro, el 4 de febrero de 1943, y desde entonces no me he movido de aquí», asegura. La evolución de la villa ha sido espectacular desde que Rubio se sumó al vecindario en los años de posguerra, según explica. «Luanco era la mitad de lo que es ahora», dice. También la del trabajo desempeñado por la Benemérita, que «nada tiene que ver con el de antes». «Cobrábamos una miseria y no teníamos coche ni nada. Entrábamos a las seis de la tarde y salíamos de trabajar al amanecer del día siguiente», recuerda Rubio.

Con la jubilación, hace medio siglo, retomó el oficio de zapatero, que desarrolló en los primeros años de su juventud. Hoy, a los 99 años y con un paso en los 100, sale a pasear al parque cada mañana, y en verano hasta la playa. Asegura que lee LA NUEVA ESPAÑA a diario y disfruta viendo la televisión. El fútbol es una de sus pasiones. Es seguidor del Real Madrid y no oculta su alegría al ver que su equipo es el nuevo campeón de Liga. «¡Qué partido hizo el Madrid contra el Barcelona, ganamos cuatro a uno!», exclama aparentemente satisfecho.

Si hay algo que no soporta, subraya, es el «botellón» y «las borracheras». «Mira cómo será que me regalaron una botella de orujo hace 20 años y está sin tocar. ¡Y no pienso beberla!», apostilló.

El luanquín se prepara ya para su centenario, que celebrará en un conocido restaurante de la localidad gozoniega de Santolaya de Nembro y al que están invitadas más de una treintena de familiares y amigos.