Saúl FERNÁNDEZ

Federico Luppi (Ramallo, Argentina, 1936) es uno de los actores más controvertidos y, a la vez, más admirados de la actualidad. Se trata de un intérprete carismático que prestigia con sus cuarenta años de escena todos los trabajos en los que participa. Luppi, además, exhibe sin tacha un compromiso inequívoco con las políticas progresistas que disgusta a ciertos sectores de la vida pública. Desde 2003, cuando lo del «corralito» de Argentina, reside en España. Luppi no frecuenta los escenarios y, sin embargo, su rostro es habitual en la pantalla grande -de este y del otro lado del Atlántico-. Hace más de una década pasó por el teatro Palacio Valdés con un montaje en la memoria aficionada -«El vestidor», una función que en el cine fue «La sombra del actor»- y hoy se sube de nuevo, a las ocho y cuarto, a las tablas avilesinas con «El guía del Hermitage», uno de los éxitos más señalados de la escena teatral española.

-En «El guía del Hermitage» usted es un bedel que muestra un museo que no existe.

-Mi personaje es un autista que se descubre con un elemento revelador a través del mundo de la locura.

-Porque de lo que se trata es de contar cómo es un museo que no está porque ha sido traslado a causa de la guerra.

-Este hombre al que interpreto plantea la existencia de las cosas en la medida no sólo de que se vean, sino también de que se puedan imaginar.

-O sea, como un actor, que sobre la escena dice ser quien no es en la vida real.

-Es verdad, una metáfora exacta para definir la función. Describo obras que no están. Hay humor del bueno. «El guía del Hermitage» es una obra que era necesaria. Visto el mundo cómo está, era preciso prolongar así la felicidad.

-Llevan una larga temporada con «El guía del Hermitage».

-En el teatro las certezas están excluidas. Se trata de una apuesta arriesgada y necesaria. Hay una tendencia, que viene del cine americano, de unas historias ingenuas. Esta función desde luego que no está incluida en este grupo. Tenemos un texto preciso, no hacemos uso ni del lenguaje abstracto ni del tontamente complejo. Son tres personajes, dos hombres y una mujer. Un triángulo, con las perspectivas interesantes que eso trae consigo.

-No frecuenta la escena.

-No es elección mía. La última función fue «El vestidor».

-Con la que pasó por Avilés.

-Sí, sí, sí. Hicimos una gira enorme de casi tres años, pero había que dejar el espectáculo para no entontecerlo. Entonces fue cuando en Argentina hubo un movimiento político que desembocó en un enorme declive que luego se llamó el «corralito», una ausencia económica de tal calibre que llegó a dejarme literalmente en pelotas.

-Por eso, al final, se estableció en España.

-Viví en aquellos años una etapa muy paranoide y le dije a mi mujer: «Vayamos a Madrid, a ver si mengua».

-Fue duro.

-Mucho. Claustrofobia, ganas de matar gente... Y sí, llegué a Madrid... Y en un soplo habían pasado ocho años. Fue como el tango de Gardel.

-Que veinte años no es nada.

-Estaba con Susana, mi esposa, y un día le dije: «¿No te has dado cuenta de que han pasado ocho años?».

-¿Y cómo fue aquel viaje de regreso?

-Cuando llegué aquí estaba tan cabreado, sentía tanta decepción, que evité cualquier ramalazo de nostalgia. Me hice de un equipo de fútbol, adictos políticos... Viví con necesidad de entregarme a la vida cotidiana en España.

-¿Y regresará?

-No lo sé. He viajado a Buenos Aires en varias ocasiones, pero al mes empiezo a extrañar Madrid.

-Algo así le pasaba a su personaje en «Martín (Hache)».

-No todos los exilios son laborales, también los hay del afecto...

-¿Qué tal sienta la vida inmigrante?

-Los inmigrantes debemos tener en cuenta que formamos parte del problema. Lo que nos ocurre a nosotros no es algo exógeno, pero también es cierto que no se puede olvidar que los que viajan no lo hacen sólo por el placer de viajar.

-También para comer.

-La comida es un poderoso llamador.

-Sus opiniones políticas no resultan cómodas.

-Ya recibí todos los elogios posibles... y estoy acostumbrado. Vengo de un país donde la derecha es tan dura como en España. Este país necesita una derecha que no sea cerril y desbocada, que no invente lo que no ocurrió y admita lo que realmente ha sucedido. Si no, es imposible terminar una legislatura. Lo imprescindible es un PP moderno, con proyectos e ideas por España, que ahora sólo presenta ideas en busca del poder.

-El partido vive un proceso congresual.

-Éste es el momento adecuado... Habrá muertos y heridos, pero así las cosas cambiarán. Hace falta un partido alternativo al PSOE, pero, de momento, no existe. No valen los discursos torpes de que se rompe España porque envilecen y te obligan a renunciar a las ideas adultas. Cuando hablo no lo hago como actor, lo hago como ciudadano.