Leo en un libro documentado en curiosidades lo siguiente: «El mundo de los insectos es el menos ruidoso de la naturaleza. Apenas perceptible, se ampara en el rumor de las charcas, como los mosquitos; en las ondulaciones y vegetación del terreno, como es el caso de las hormigas, o en el mundo subterráneo, como el escarabajo y las cucarachas, etcétera».

Por el contrario, según un lingüista norteamericano «los hombres inventaron el lenguaje para engañar, pues al expresarse con gestos, miradas y ruidos descubrían sus intenciones involuntariamente».

Así podríamos encarrilar este artículo, con el añadido de que la verdad vende mal. lo que vende es el adorno, el perifollo y los ingredientes que sitúan al producto en línea de salida.

En la política pasa como con algunas cocinas muy sofisticadas principalmente apoyadas en la fantasía, la mercadotecnia y las guías, que son mandatarias de voluntades vacías, ñoñas y sin rigor. El huevo frito con patatas y la guarnición del chorizo casero de Veneranda, vecina anónima de mandil y mantel deslucido sin pergamino ilustrado que cuelgue de sus desnudas y humildes paredes que proclamen su pureza, pierde voz clasificatoria ante el emperifollado mantel de hilo con velas mortecinas que ampara al vino de cosechas bien avenidas y mejor propaladas.

La anchoa viuda, con aderezo de zanahoria y el virtuoso perejil, más los consiguientes adornos y un buen bautizo del mismo, reflota en el plato con el lustroso atuendo del servicio para proclamarse exquisitez culinaria; aunque tu cartera no pueda soportar la ingeniería del chef, que tu ego enmienda con la presencia en tan reputado paraíso por una situación de causa promocional.

Las políticas de ahora no visten los mismos manteles del alba. Los políticos van perdiendo respeto a la ideología al buscar más en ella una liana de sustento que su función específica. Por eso los políticos, en gran mayoría, son un coro sin cadencia cuyas notas «agudas» arruinan voluntades sanas.

Hoy se cuece en los fogones políticos, con el sigilo del insecto, todo un conglomerado artificioso como en algunas cocinas que sacrifican el buen yantar por el decorado del plato. Y tú caminas por pasajes amorfos, faltos de rigor y salud, porque tú no eres el beneficiado, sino el beneficiador.

La política de tinte sectario, que es la que se lleva ahora, es una partida de ajedrez alejada de lo que te quieren vender; el movimiento de las piezas es fundamental, sólo que en la partida política existen muchos tableros -léase autonomías- y, por consiguiente, muchas piezas a comer. Ante esta situación a ti te corresponde estar mirando las jugadas de los maestros diestros en la sinuosidad del lenguaje que te mentan, durante esa partida larga, todo lo que te gustaría ver y oír. Pero esas frases bellas están aderezadas como la anchoa viuda, trabajadas y decoradas en lo superfluo. Y picas, como la trucha ante la exquisitez de la mosca que, repentinamente, invade su dulce parcela acuosa.

La partida en ese tablero de blancas y negras que sustituye al retórico derecha e izquierda desplazado por el nacionalismo secesionista de ideología dispar, engendra un mundo mucho más complejo -mundo subterráneo y poco perceptible porque lo ahoga el rumor de las charcas-, que el simbolismo primitivo al que el político pretende llevar al ciudadano.

La mirada, los años, la ceja y la guapura te la venden como la anchoa decorada, pero sin nutrientes, en un arranque de desfachatez como si fueras lelo, porque ellos saben también que el lelo existe en cantidades que pueden cambiar destinos.

Los debates televisados, presentados como combates de boxeo, son marcados por los gurús de la nómina que manipulan la sonrisa, la corbata y el traje del preferido, y por los cauces mediáticos -80 por ciento al servicio del poder- que, al mismo tiempo, vierten un chorro de palabras que descansan lánguidas y convalecientes sobre colchones raídos y caducos, teniendo que hace equilibrios de cama para sostenerse en el lenguaje al estar su condicionante principal impregnado y manoseado de intereses ocultos que, como las cucarachas en el subterráneo, aprovechan la nocturnidad en busca de alimento.

No hace falta ser discípulo de Aristóteles para saber que estas elecciones las «ganaron» las minorías nacionalistas, verdaderas termitas xilófagas inquilinas de esa noble viga llamada España la cual devoran lentamente con bocados sustanciosos. Ellos saben que la partida de ajedrez se gana con la habilidad de los grandes maestros, porque lo que se juega es mucho. Y la pieza a comer es la trucha débil que mora en un río de poco cauce llamado Moncloa. Lo demás son historias cansinas, pero con muchos adictos.

Por ello, la experiencia, ese cúmulo de sabiduría que como don preciado nos aleja del error, nos va despejando toda incógnita que, de no curarse, puede llevarnos al martirio. Conocer es un atributo que nos desbroza ese camino minado que es la vida y donde la mal hilvanada política es un condicionante amargo y tortuoso como medicina repudiada.

Aunque el político se nos presenta como velador público, no lleva a sus «ovejas» por nutrientes pastos de raíz jugosa; él sólo es -en un tanto por ciento elevado- pastor de intereses partidistas y personales que les alejan del juego democrático que tanto enfatizan. Es decir, la democracia en estas latitudes es para algunos un traje muy amplio para cuerpos estrechos.