En la música han encontrado un terreno fértil las hibridaciones y fusiones entre distintas artes. El feliz encuentro entre el pintor Robert Rauschenberg, el coreógrafo Merce Cunningham y el compositor John Cage en el Black Mountain College en la década de los cincuenta, puede considerarse un episodio singular, pero no aislado, de estas singladuras transdisciplinares que revolvieron los ambientes artísticos desde los inicios del siglo pasado. No resulta extraño, por tanto, que Ernesto Coro (Gijón, 1985), que estudió la especialidad de saxofón en el Conservatorio de Música de Oviedo, trabaje con la fotografía para sedimentar los sonidos, alentando relaciones y propiciando disoluciones. Como fotógrafo, realizó su primera exposición individual en la galería Mediadvanced (2007) y recientemente ha recibido el premio Jóvenes Artistas Plásticos «Sala Borrón» 2008.

«Se afirma generalmente que la música "se dirige al oído". Pero esto lo hace -apunta Alfredo Vásquez Roca-, en cierto modo, nada más en la medida en que el oído, como los demás sentidos, es un órgano e instrumento perceptivo de lo intelectual. Pero en realidad, y esto debe ser destacado, hay música que no contó nunca con ser oída; es más, que excluye la audición», poniendo como ejemplos el canon a seis voces de Johann Sebastian Bach o ciertas composiciones dodecafónicas que entran en procesos de refinamientos estéticos próximos a las artes plásticas.

En este sentido, las seis piezas fotográficas que componen la muestra se despliegan como delicadas melodías mudas, ensayos documentados fotográficamente, mínimos acontecimientos musicales, microconciertos silenciosos que evocan visualmente sensaciones sonoras asociadas a cada instrumento, porque «al contemplar estas imágenes que forman la exposición -señala el artista en Papeles Plástica- los sentidos y la imaginación hace que se experimente una sensación que va más allá de lo que uno tiene ante sus ojos». Las diferentes piezas ahondan en esta intensidad visual y su experiencia sonora. En la fotografía «Talgo 14.35» la imagen de un músico tocando una batería en mitad de las vías del tren recuerda el traqueteo de la vieja locomotora; y en la pieza titulada «4 minutos 33 segundos», el silencio del saxofón homenajea a la mítica composición del mismo título de Cage.

Las diferentes imágenes sitúan en escena dualidades -entre instrumentos asociados a la música clásica y aquellos identificados con la música moderna, o en función de la gama cromática dominante- y propician una teatralización de los músicos enfrentados a situaciones y escenarios poco habituales, en composiciones juguetonas y provocadoras, cuyos títulos se relacionan con la intención sonora de cada fotografía. Además de estas piezas un vídeo exhibe el proceso completo logrando que la acción y la música salpiquen de notas la sala produciendo una sinfonía visual.

Ernesto Coro ha logrado fotografiar lo intangible, el sonido, explorando esas experiencias que desde el siglo XX han descubierto la vocación y el deseo de la música de alcanzar la visibilidad, de ser contemplada.