Saúl FERNÁNDEZ

El dinero que empezó a llegar de América a mediados del siglo XIX restauró la fachada medieval que había lucido Avilés desde los siglos oscuros, que en el concejo, sin embargo, fueron los más espléndidos. Esto es, más o menos, lo que entiende Iván Muñiz, uno de los cuatro autores de la enjundiosa «Historia del comercio de Avilés, Castrillón, Corvera e Illas» (Azucel), una publicación que nace a la sombra de las celebraciones del trigésimo cumpleaños de la Unión de Comerciantes (UCAYC) y que se presentó esta semana.

«El grueso de nuestro estudio comienza en 1850 y llega hasta ayer mismo, como quien dice», explicó el historiador, que codirige, junto a Alejandro García (otro de los autores de esta historia del comercio) las excavaciones en el castillo de Gauzón.

-¿Qué pasó entonces en 1850?

Muñiz responde a la cuestión con el rigor de historiador: «Se trata de una convención, pero no podemos dejar de lado que por entonces se produjo un cambio sustancial en la vida cotidiana avilesina. Y es que con los negocios se comenzó a asentar una burguesía que hasta entonces había estado ausente de la vida avilesina», dice.

Para entender todo esto Muñiz y sus compañeros -Ana Llamazares, Alberto Morán y el propio Alejandro García- trasladan el inicio de su ensayo a la misma Edad Media, «la época de mayor esplendor en la comarca», aseguraron. ¿Y por qué? Porque el puerto de Avilés era el más importante del Cantábrico, porque por los muelles locales entraba el progreso extranjero, «sobre todo, de Francia y del norte de Europa», comenta Muñiz.

Avilés, en aquellos años, era el centro exportador de la sal. Recuerdo de entonces es el nombre de la calle de los Alfolíes (almacenes de sal, precisamente). La sal en la Edad Media no era la sal de ahora, era todo un tesoro porque servía para conservar la comida, en ausencia de neveras. Esto explica el auge comercial de Avilés. Y su edad dorada. «Hasta la segunda mitad del siglo XIX el comercio de la comarca, las mercancías que salían del puerto eran agroalimentarias», explica el historiador. Lo novedoso en la Edad Media dejó de serlo andando el tiempo. Y el esplendor de los primeros años se anquilosó. Y todo empezó a ser nada. «El comercio era endogámico y meramente artesanal», señala Muñiz.

Y es entonces cuando empieza a llegar el dinero amasado en América. Son los años últimos del Imperio español, el momento más adecuado para tratar de lograr fortuna y para regresar del otro lado del Atlántico. «Los indianos son los que conformaron la burguesía, una clase ausente hasta entonces de Avilés», apunta el historiador.

La llegada de los tesoros americanos produjo, según se lee en el estudio de los cuatro historiadores, un gran cambio en los hábitos de consumo locales. «Si ahora es de masas, entonces estaba jerarquizado». ¿Qué sucedía? Básicamente, que unos avilesinos compraban en tiendas y otros, sin embargo, se tenían que conformar con pasar todos los lunes por el mercado franco, que viene de los Reyes Católicos y que se mantiene aún hoy todas las semanas.

La compartimentación del consumo, para los autores, benefició al progreso de la ciudad. «Volvía a abrirse al exterior, a través de las exportaciones que llegaban, sobre todo de Francia y de Inglaterra», comenta Muñiz. Frente al «english style» de la Sastrería Azcárraga estaban los artesanos de Miranda, caldereros y alfareros. Y hay una división social muy marcada: «la buena sociedad avilesina» y, precisamente, «los artesanos». Los primeros, podían vestir como en el Londres victoriano, podían comprar los mismos trajes que se lucían en Oxford Street. Los otros no, sino que se vestían con lo que se confeccionaba en los pequeños talleres familiares.

Así Avilés, defienden los autores del libro, alcanzó cotas parejas a las de la Edad Media. «Aunque nunca tan esplendorosas como entonces», resume Iván Muñiz.

Los autores de «La historia del comercio en Avilés, Castrillón, Corvera e Illas» aseguran que el negocio más antiguo de cuantos se mantienen en activo en la actualidad es el restaurante Casa Tataguyo, en el barrio del Carbayedo, abierto desde 1845.

Otro de los negocios centenarios es la Confitería Polledo, en la calle Rivero, que abrió sus puertas en una fecha anterior a 1900 (el incendio del Archivo Municipal impide a los autores de la historia afinar más). Lo fundó Alfredo Suárez Polledo, que se había formado tras el mostrador de Galé.

Un caso llamativo es el del Café Imperial, en la calle de La Muralla, frente al Colón. El local original se abrió en 1872 por José Suárez en los bajos del Casino de Avilés. Según lo autores, «era un refugio de noctámbulos y a él acudían señoritas». El actual Imperial se abrió recientemente, en el mismo edificio del original. La tradición se hace de tiempos que fueron modernos.