De nuestro corresponsal,

Falcatrúas

Virgilio «Teixeira» siempre fue un personaje muy popular en Bildeo y en Cudillero: en Bildeo, cuando iba por los veranos a «ayudar a la hierba» a casa de los cuñados, solía contar historias tremebundas de mares y tiburones. En Cudillero contaba batallas bildeanas acerca de los bichos que estaban esperando por él, para hacerlo correr espantado. Modificó parte de la toponimia local, con más gracia que los ayatolás de la brocha que embadurnan los indicadores de las carreteras, cambiando los nombres de algunos prados, que de llamarse Veizuela, Pradón y Varadal, pasaron a ser prao de los Sapos, de las Culebras y de las Papalviel.las.

Un día, en un bar pixueto, tenía varias tripulaciones de recios marineros, dos docenas de jubilados y algún turista perdido, todos encandilados escuchando sus historias «oslojuro». Viendo tanta concurrencia pidiendo consumiciones, le espetó al chigrero:

-Has de dame a mí algo tamién pa engrasar la boca, no vas a ser tú solo a sacar ganancia. Cuando llega alguno a cantar, apúraste a poner algo pa que moje el pico, pero a mí, ni un triste vasín; saliste «Amarrategui», melandro. Has de poneme de lo bueno, si no es mucha molestia...

Con resignación, el chigrero apurrió un vaso de vino. El respetable reía los gestos de Virgilio, que echó un trago, mirándolo desafiante y, luego, continuó:

-Taba yo en Bildeo, en casa de los mis cuñaos, hacía muy mal tiempo, así que metime en un pajar, cerca de la casa, con hierba acumulada hasta el tejao. Subí por unas escaleras de mano hasta arriba del todo, tireme encima la yerba a leer una novela con la luz que entraba por un ventanuco muy estrecho y quedé frito. Dormí unas cuantas horas y en ese tiempo nevó tanto que la nieve alcanzaba hasta el ventano, más de tres metros. Bajé, abrí la puerta: una muralla de nieve. No podía hacer un túnel, con qué, y pa dónde echaba la nieve, ¿pa dentro? Subí hasta el ventanuco y empecé a dar voces lo menos una hora, hasta que me oyó Paulino, el mi cuñao.

-¡Pero qué haces ahí, hombre!

-Taba leyendo, dormime, empezó a nevar y ahora toy preso. ¿Qué te pareció?

-Pues parezme que no vas salir de momento, hay muchas toneladas de nieve que quitar y sigue nevando.

-¿Vais dejame aquí encerrao?

-Tranquilo, traémoste de comer, de beber y una manta. Tómalo como unas vacaciones, anda, no está tan mal. Daba yo algo por tar unos cuantos días tan folgao como tú.

«Teixeira» echó un traguín y prosiguió:

-Dije que no volvía más al pueblo, que prefería una galerna o apuntame al Tercio. Tuviéronme allí tres días, hasta que vinieron los vecinos con palas haciendo una zanja. Si os fijasteis, en algunos pueblos donde nieva mucho, la entrada a las casas está en el primer piso, hay que subir unas escaleras. En la planta baja tienen el ganao o una bodega, pero la gente no queda atrapada, aunque caigan más de dos metros de nieve.

Claro que Virgilio contaba en Bildeo historias de Cudillero en la cantina de Francisco el Taberneiro, ante una docena de parroquianos con ganas de escuchar historias diferentes:

-Sacamos una vez un tiburón marrajo de cuatro metros, que seguía vivo, tirado en la cubierta, dando bandazos de un lado al otro del barco, mandaba unas dentelladas que acojonaban, nadie se acercaba, y acabó por tragarse de un bocao un saco de patatas de veinticinco kilos que había por allí. El cocinero, un peso mosca, al ver desaparecer el saco, amenazonos con dejarnos sin cenar, por cobardes, agarró un machete y en cuatro segundos el tiburón tenía la cabeza abierta a la mitad y el matachín tiraba del saco de las patatas hasta que lo sacó de aquella cueva llena de dientes: no lo creeréis, pero parte de las patatas ya venían peladas.

La primera campaña en que participaron Virgilio «Teixeira» y Críspulo fue al atún a Sierra Leona, campaña que no fue recordada por los sacramentos del bautismo y la confirmación del bildeano como pescador de altura, ni por las bodegas cargadas de atún rojo, sino por un feo asunto protagonizado por algunos tripulantes del «Camuño», que bajaron a tierra en Freetown, la capital, siendo arrestados por la Policía.

A espaldas del patrón, unos cuantos zascandiles de la tripulación, después de tiznarse a fondo todo el cuerpo con corcho quemado, fueron a tierra a confraternizar con las nativas, pretendiendo hacerse pasar por negros autóctonos: llevaban unos sacos al hombro que ponían «cacao» e iban cantando «Yo soy aquel negrito del África tropical», pero no coló el subterfugio, las presuntas victimas no picaron. Afortunadamente, la Policía local no se lo tomó como acoso sexual ni burla hacia su país, sino como una alianza de civilizaciones.

(*): Papalviel.la: comadreja.

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