Myriam MANCISIDOR

«En invierno sale templadina y en verano fresca. Es un agua buenísima y creo que hay que hacer fuerza para que nos arreglen el manantial y, más aún, para que no lo destruyan», asegura José Luis González, un avilesino que cada dos días acude con sus cántaros a la fuente de Valparaíso, a pocos metros de la parroquia de Miranda y a tan sólo unos pasos de la rotonda de Buenavista. Igual que González piensa la mayoría de los mirandinos. Todos temen que la «fiebre del ladrillo» acabe con el manantial que durante cientos de años abasteció a los vecinos de Avilés y claman por su restauración.

Con la apertura al tráfico de la variante los vecinos saborearon el trago más amargo. «Vimos con dolor cómo las palas mecánicas se llevaban por delante muros de antiguos depósitos acaso destinados a purificar más y más el agua a través de arenas y guijarros», sentencian los vecinos que ahora acuden a Valparaíso, un manantial ahora transformado en vertedero. «Es vergonzoso que no se mime esta fuente que en los meses de estío, cuando otros manantiales se secan, sigue manando agua abundante», explican los afectados. Y añaden: «Las aguas las aprovechan pocos vecinos y se pierden en la maleza o van directamente al alcantarillado camino de la mar».

Los vecinos de Miranda critican, además, que la de Valparaíso no es la única fuente en riesgo de extinción. «Desapareció la del Truébano, la de los Calvos, llamada en la Edad Media fuente de Berduledo y también la de la Cuesta de Heros, que aún pugna por salir en mitad de la calzada», aseguran los afectados, que incluso han enviado una carta al Consejo Mundial del Agua «clamando por una voz más autorizada que ponga freno a tanto deterioro».

La primera canalización de la fuente de Valparaíso data de 1570. Se hizo entonces a través de tubos de barro supuestamente fabricados en los alfares de Miranda. Años después se encauzó.

En el Libro de Acuerdos del Ayuntamiento avilesino con fecha 12 de septiembre de 1988 destaca el siguiente texto: «Los jueces, regidores y procuradores avilesinos acordaron con un tal Govín, que cuidaba el molín de Alonso de las Alas, que éste trajese las aguas de la fuente de Alvarparayso (Valparaíso) y que se obligase a limpiar el canal a fin de que toda el agua llegue a la villa y no se vaya por ninguna parte, so pena de pagar sesenta maravedíes cada vez que falte agua...».

Las aguas de Valparaíso bajaban de Miranda hasta Galiana y, de ahí, surtían a los caños de San Francisco, que, según algunos historiadores, fueron labrados por canteros tomando por modelo a personas mirandinos de aquel tiempo. Las leyendas en torno al manantial son numerosas.

Hay quien cuenta que en las inmediaciones de Gaxín -pendiente de urbanización fruto de un convenio urbanístico- existía hacia 1475 un castillo en el que vivía uno de los descendientes del Conde Artur de la Casa de Enrique Albar. En una ocasión, continúa la leyenda, un anciano acudió al palacio a pedir un «gaxín, un garitín» de pan. No hubo respuesta. El anciano y su nieto llegaron llorando a Miranda. Una xana recogió las lágrimas e hizo brotar un abundante manantial que llenó de árboles y flores el valle de aquel espacio que entonces pasó a denominarse Valparaíso.

«Lo que en muchos pueblos eran mitos o leyendas, en Avilés se perdió o se olvidó. Y no deja de sorprender que habiendo bebido del caudal de sus aguas durante tantos siglos no se hayan conservado ni leyendas ni mitos sobre su origen y devenir histórico, más aún cuando la fuente mana y mana, abundante y olvidada, entre el follaje lágrimas de abandono por parte de la Administración», critican los vecinos de Miranda, que como José Luis González quieren seguir bajando al manantial de Valparaíso muchos años más.

«Algo habrá que hacer y sin duda hay personas especializadas en proyectos eficaces para evitar el deterioro de nuestra hidrografía rural», concluyen los defensores del manantial cuya memoria es tan clara como el agua de Valparaíso.