1 de junio, el Airbus 330-200, vuelo internacional entre el aeropuerto de Galeão y el de Charles de Gaulle, AF 447 de Air France, 228 personas a bordo, se desintegra en el aire sobre el océano Atlántico. 30 de junio, un Airbus A310 de Yemenia, 153 personas a bordo, se estrella en el océano Índico al intentar aterrizar en las islas Comoras. 15 de julio, un avión de la compañía iraní Caspian Airlines, 168 personas a bordo, se estrella, tras despegar de Teherán. Estos han sido tres de los más trágicos accidentes de la aviación civil acaecidos últimamente.

Tras el dramatismo inicial, el hallazgo o no de las cajas negras, que, si se encuentran no suelen clarificar demasiado, por eso, en su denominación -creo yo- sigue perdurando el adjetivo «negra» cuando hoy se pintan de color naranja claro para que resulte más fácil su localización; tras los análisis, más o menos superficiales de las causas: todo apunta a una tormenta asesina, «cluster», en el primer caso, a causas meteorológicas adversas, en el segundo, y parece que, a fallo técnico en el tercero, que, para eso, se trataba de un obsoleto Tupolev de fabricación rusa y ahí no intervenía el fiable y seguro consorcio europeo, Airbus; y tras el frívolo cálculo de futuras indemnizaciones; tras esas cosas, -como digo, tras y tras-, cada cual suele hacer alguna reflexión o asociación mental relacionada con los hechos y más tarde, sobreviene el olvido hasta el próximo?

La de quien suscribe es que los inversores de los consorcios aéreos debieran de revisar el concepto de rentabilidad imperante dados los resultados, y eso al margen de tormentas asesinas y demás zarandajas y que los responsables de las sanciones económicas internacionales deberían plantearse la efectividad de dichas medidas y la amoralidad de sus consecuencias.

Pienso también en el cabreo ultratumba de Newton pues no siempre funciona, convenientemente, el principio de acción y reacción. En el «cluster» tormenta real o ficticia, jeroglífico oculto que, desvelado, podría conducirnos a la verdad. En el dolor de Dédalo, tras la caída de Ícaro al mar, por lo arriesgado de su vuelo. En la soberbia de Alexandre... Y en que la avaricia rompe el saco y el avión, que se cae. Y que, el hombre es, ante todo mortal, y, en ocasiones, paradójicamente más aún, debido a su propio progreso.