J. C. G.

La eterna Habanera de la ópera «Carmen» de Bizet es, en realidad, la pieza «El arreglito», de Sebastián Iradier. La famosa pieza «Moldava» de la obra «Mi patria» de Smetana es casi un plagio del himno israelí. El chotis es de origen alemán y, para rizar el rizo, en ciertas composiciones de Rimsky-Korsakov se encuentran ecos de ancestrales nana de la zona de Salas. Ramón Sobrino, catedrático de Musicología en la Universidad de Oviedo, puso ayer estos ejemplos para poner en solfa el concepto de «nacionalismo musical» de cuya variante española Isaac Albéniz, figura central del último curso de la presente edición de La Granda, es considerado uno de los adalides.

A excepción de las naciones agrupadas bajo el dominio del Imperio austro-húngaro, para los que la música fue un claro rasgo de identidad propia (sobre todo para húngaros y checos), Sobrino rechazó ayer la condición de género único que se le ha otorgado al «nacionalismo musical». Para el catedrático de la Universidad de Oviedo, al menos en el caso de España, la búsqueda de una carácter musical propio no es más que un correlato del Romanticismo, su cuna y matriz.

«Lo que hicieron los músicos de esa época, entre ellos Albéniz, era buscar rasgos que el público pudiera identificar como españoles, pero que podían estar inspirados en las músicas extranjeras que en ese momento circulaban por España», señaló Sobrino durante su conferencia con la que presentó el curso. A pesar de cuestionar la esencia del «nacionalismo musical español», el profesor de la Universidad de Oviedo reconoció que durante el tramo final del siglo XIX, los compositores españoles buscaron entre la música popular y los cancioneros una seña de identidad propia para sus composiciones. «Más que nacionalismo, ese movimiento de búsqueda de raíces es pintoresquismo. La intención era dotar a las composiciones de cierto sabor local», afirmó Sobrino, que incluso calificó a las piezas habitualmente catalogadas como nacionalistas como una mezcla de «melodías populares y elementos wagnerianos».