La nevada ha encontrado refugio en la sierra de Bufarán, último reducto blanco en la comarca. La nieve sabe a infancia, pero con los años va perdiendo ese halo de sorpresa inocente para convertirse en un engorro. Nada mejor que la nevada para meternos en la tiritona del comienzo de año, por eso de que el deshielo siempre trae la primavera, y nos conviene más que nunca ponernos las pilas. La empinada cuesta de enero asciende casi vertical en estos tiempos de borrasca, cuando ya hemos empaquetado en el desván panderetas y belenes, y el invierno nos agarra por la solapa. En Avilés, aunque la nieve no cuaja, los proyectos tienen una asombrosa capacidad para helarse. Vean si no qué está pasando con Konecta y aquel esperanzador foco tecnológico a orillas de la ría. La única mancha blanca que permanece en la Villa es la cúpula del Niemeyer a cuyo maná todos miran: incluso los promotores inmobiliarios que fían a los turistas el negocio que la crisis ha congelado. Cosas del frío, ya saben, resoplen.