Francisco L. JIMÉNEZ

«Los que estamos chapados a la antigua le cogemos cariño al "fierro"; o sea que sí, creo que echaré de menos ir todos los días a la oficina y sumergirme en aquel mar de papeles. Y más sabiendo que el futuro de todo ese material está en el aire». Javier Gancedo Verdasco (La Rebollada-Somiedo, 1950) se prejubiló el pasado lunes de modo un tanto precipitado -«cuatro días antes no tenía ni conocimiento de que me iba para casa», comenta- y deja atrás un periplo profesional de 35 años de los cuales 20 han estado dedicados a la racionalización del centro documental de Ensidesa y demás empresas sucesoras, una especie de «disco duro» donde se guarda la memoria de la fábrica que transformó Avilés en el siglo XX. Como jefe del servicio de documentación admite que se extralimitó en sus funciones y como la Hipatia de Alejandría que popularizó Amenábar con su película «Ágora» hizo todo lo posible por salvar de la destrucción documentos, libros, fotografías y otros materiales que probablemente dentro de unos años serán considerados fundamentales para reconstruir la historia de la siderúrgica. Ese legado, no obstante, sigue en peligro por falta de un espacio donde conservarlo, según advierte con gravedad el entrevistado.

-¿Cómo acabó un somedano metido a siderúrgico?

-Por mi condición de hijo de productor. Entré en 1974 como especialista del taller mecánico. Y allí estuve quince años.

-Hasta que se incorporó al centro de documentación...

-De aquella sólo era la biblioteca, no se convirtió en centro de documentación hasta que se fusionaron las dependencias de Avilés y Gijón. Ese cambio de puesto de trabajo se lo debo al hecho de haber aprendido inglés y a que, en realidad, pocos querían hacerse cargo de semejante «muerto».

-Pero claro, a usted le tiran las letras (Javier Gancedo publica todos los lunes en LA NUEVA ESPAÑA de Avilés la crónica de Bildeo, una aldea imaginaria cuyos habitantes conservan la esencia de la Asturias rural).

-Sí, siempre me gustó escribir. No obstante, el trabajo en el centro de documentación supera con creces la faceta literaria. Ahora con la informática es más fácil, pero en su tiempo era imposible controlar el papel que generaba una fábrica kilométrica. Nuestros primeros pasos, titubeantes, fueron para tratar de ver qué estaban haciendo otras empresas del INI, aprender y mejorar. Con el tiempo, publicamos un boletín de sumarios o resúmenes a través del cual se sacaba el mayor jugo posible a las suscripciones que se pagaban insertando extractos de los mejores artículos recibidos referidos a tecnología, medio ambiente, gestión de empresa o de recursos humanos, ponencias y conferencias, etcétera. Al recibir el boletín, los clientes podían solicitar copia del artículo entero. Esto lo apreciaron mucho las empresas de otras regiones después de la reconversión, cuando pasamos a ser CSI, Aceralia, Arcelor y ahora Arcelor-Mittal. También dispusimos un servicio de traductores e intérpretes, otro de biblioteca, con préstamo y adquisición de libros; gestionamos las suscripciones a publicaciones de cualquier parte del mundo, nos ocupamos de búsquedas documentales en bases de datos del exterior, a través de Internet o cualquier otro medio, etcétera.

-Omite usted la faceta archivística, el trabajo desarrollado para evitar la pérdida de la memoria documental de la fábrica.

-Nunca se detectó tal necesidad hasta que en los años noventa, con la transformación de Ensidesa en empresa privada se precipitaron los acontecimientos y, entre otras cosas, se ordenó acabar con todo lo que recordase la etapa anterior.

-O sea, una especie de Inquisición industrial.

-Sí, la consigna era hacer desaparecer todo lo que remitiese a la anterior mentalidad, supuestamente obsoleta. En una palabra: olvidar. Yo hice todo lo contrario y guardamos todo lo que pudimos, en especial fotografías. ¿Qué daño podía hacer conservar ese material?

-¿Es de los que opina que a Ensidesa se le ha hecho un juicio severísimo?

-Es bien cierto que la llegada de la empresa rompió con tradiciones muy arraigadas en Avilés, que transformó el paisaje y el paisanaje, que llegó mucha gente foránea y que sobró prepotencia, fruto de lo cual empresa y ciudad siempre vivieron de espaldas. Pero también es verdad que Ensidesa deparó a Avilés unas posibilidades inimaginables. Y la influencia traspasó fronteras: hasta en León se veía a labradores trabajando el campo con buzos que llevaban estampado el logotipo de la compañía.

-¿Qué trajo de bueno y de malo la privatización?

-Ausencia de subvenciones, especialización productiva, recorte de empleo... ¿Y para qué tan largo viaje, me pregunto? Llevamos 70 años inmersos en reconversiones, peleas sindicales, transformaciones sociales, planes de formación, búsqueda de la excelencia industrial, etcétera. Y ahora resulta que el modelo es prescindir de la estructura de la empresa y tender a convertirnos a velocidad de vértigo en un simple taller donde lo único que importa son los costes. Hoy le toca al centro de documentación, uno de los departamentos incluidos en el paquete de servicios prescindibles, pero mañana serán los bomberos, pasado el mantenimiento y así hasta que sólo queden las unidades productivas.

-¿Teme por el futuro del centro de documentación?

-No es un temor, es una certeza.

-Al menos se ha hecho patente hace unos meses el interés de la Administración pública por «rescatar» el legado documental de la compañía y ponerlo a buen recaudo.

-El interés público es lento y se manifiesta en muy pequeñas dosis. El día que tiraron la central térmica yo dije que estábamos asistiendo a un funeral cultural y ahí seguimos, dando pésames. La empresa ha dicho que no va a gastar un céntimo en el archivo y del interés del Ayuntamiento y el Principado por asumir sus contenidos nada más se supo.

-¿Por qué merece la pena conservar el contenido del archivo?

-Porque es único en España, porque cuenta la historia de una empresa que transformó nuestro territorio y porque Avilés se merece tener un museo, centro de interpretación o llámese como se quiera dedicado a la industria. Gijón tiene once museos y Avilés sólo uno, y para eso en proyecto; parece un reparto injusto ¿no?

-¿Cree en el potencial dinamizador de la economía que le presumen al Niemeyer?

-El Niemeyer es una gran oportunidad, pero me temo que las organizaciones de Avilés no están a la altura de las circunstancias. Hablamos de abrir un centro cultural internacional, pero no hemos despejado aún las incógnitas sobre la ronda norte, las vías, la arteria del Puerto... Lo estoy viendo: el director de orquesta de turno batuta en ristre y los camiones pitando a veinte metros.

-Bien, finalicemos: balance de su paso por la empresa.

-No puedo más que estar agradecido por haber tenido la oportunidad de desarrollarme profesional y personalmente.

-¿Y ahora, ya jubilado, qué planes tiene?

-Pues este mes presentaré el libro recopilatorio de los primeros cien «Bildeos» y ya trabajo en la segunda entrega de «Catedrales de acero», el libro que cuenta cómo se gestó Ensidesa, este dedicado a los servicios no productivos.

«En los años noventa se dio orden de hacer desaparecer todo lo que remitiese a la vieja mentalidad de Ensidesa; yo hice todo lo contrario: salvar y conservar»

«Abogo por un museo de la industria en la comarca; Gijón tiene once museos y Avilés sólo uno, y para eso en proyecto, parece un reparto injusto, ¿no?»