El sueño utópico sigue vivo en los dibujos y en la propuesta de videoarte de Jaime Rodríguez (Oviedo, 1968) que presenta en la galería Octógono. El impulso de lo narrativo ha arraigado con fuerza en los dibujos de este creador que traza sobre el papel un universo tan personal como barroco, donde todo puede ser explicado, pero todo alude a una clave que hay que descifrar. Este despliegue laberíntico, abigarrado, de figuras trazadas de una manera básica, exige una mirada lenta y una lectura sin urgencia de la multiplicidad de signos que pueblan estas metáforas de nuestro tiempo. La rapidez, sencillez y rotundidad del gesto confiere a sus dibujos inmediatez y unas connotaciones vitales que van más allá de la representación formal, pudiendo sentir cómo esos trazos reflejan sueños y heridas del alma. En la obra de Jaime Rodríguez siempre se encuentra presente un halo de honestidad y sentimiento, los fragmentos desgarrados de una totalidad que el artista intenta fijar mediante un lenguaje entrecortado que mezcla lo cotidiano con lo enigmático, obligándonos a realizar un ejercicio de interpretación. Hay en estas propuestas una experiencia de la ruina, una lógica de los restos que van quedando de otras tantas historias perdidas que el artista recrea, entremezclándolas, seducido por lo decadente y oscuro, por lo exquisito y añorado.

Las propuestas videográficas de Jaime Rodríguez parten, generalmente, de imágenes grabadas con una cámara digital o bajadas de internet, inspirándose en la técnica del collage para componer un ambiente pictórico, explorando las posibilidades de la imagen electrónica en cuanto a color, luz y manipulación de la forma. En el proyecto Sipnasis (2008) una pieza interactiva en formato digital «se inserta -escribe Natalia Tielve- en una reflexión sobre la comunicación audiovisual, partiendo de imágenes extraídas de la red», mezcladas con espasmos textuales entresacados de tratados neurológicos y de inteligencia artificial. En el vídeo «Esencia» (2009) el espectador se veía asaltado por imágenes saturadas de cromatismo, un mundo pospictórico de gran intensidad y turbulencia, acompañado por la música de «Ten&Tracer y Mshia-F-Lehkla», que marcaba las pautas y los cambios de ritmo asociados a las distintas escenas, subrayando las variaciones en la saturación de la tonalidad.

En el vídeo «Contranatura», que presenta en Octógono, se narra una historia urbana con imágenes, unas grabadas por el propio artista y otras bajadas de Youtube, que operan fuera de su contexto, sometidas a diferentes efectos de distorsión para lograr distintos registros pictóricos, acumulando capas de motivos iconográficos de los que «el espectador puede extraer analogías y contraposiciones que componen un discurso tan idealista como irónico, cuyo germen está tanto en la apropiación de modelos tópicos de referencia, como en el mundo de la publicidad y del diseño», según señala el artista. En realidad el vídeo trata de alterar nuestra percepción y concepción de la realidad, alimentando las distorsiones y los juegos de color, en una caótica y ácida sucesión de imágenes.

Con esta exposición Jaime Rodríguez vuelve a ser portador de un virus visual que afecta a todos los órganos sensibles. Porque con este artista no hay neutralidad posible: o asumes que te derrumbas emocionalmente ante sus propuestas o te quedas indiferente. En éste último caso tú te lo pierdes. Algunos, por suerte, ya nos hemos contagiado.