De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

Ya contamos que en Bildeo y otros concejos agrícolas y ganaderos, la fuerza siempre tuvo una importancia capital. Agamenón en su tiempo fue el compendio de lo que era un paisano y ese modelo sigue vigente aunque vacante, nadie se le aproximó desde aquellos entonces.

En casa decidieron que él se haría cargo de la casería en su momento, pues sus cualidades físicas eran excepcionales, tenía pasión por el ganado, le gustaban especialmente los toros, fue en lo que se especializó y se cuidaba mucho de dejar bien clara esta profesión suya; por ejemplo, cuando andaba por Oviedo con antiguos compañeros de la Escuela de Capataces Agrícolas, la gente al oírlo hablar, deducía que era de pa'l monte, por el acento, por los apellidos, por la manera de andar?

-Tú eres vaqueiro.

-Soy toreiro, lo mío son los toros, de la raza Asturiana de los Valles.

Estando en Bildeo con sus doce o catorce años y con un par de buenos toros sementales en casa, sus padres solían aprovechar los fines de semana para ir a visitar a los hijos que tenían por Oviedo y Avilés y quedaba Agamenón de amo. Un día llegó un paisano con una vaca del ronzal:

-Esta vaca tien el caliente declarao; ella y yo necesitamos un toro. ¿Puede ser?

-Claro que sí, escoja el que más le guste de los dos.

Y se le ocurrió sobre la marcha un negocio redondo: los fines de semana, en ausencia de sus padres, venía gente a cubrir vacas; él, con la ayuda de los toros, atendía las peticiones cobrando la tarifa acostumbrada y lograba un dinerín muy guapo pa él solo. El negocio fue bien una temporada, pero la policía no es tonta, el padre descubrió el pastel, bronca que te crió y acabose el chollo; los toros fueron absueltos.

Una de las hazañas más sonadas de Agamenón tuvo lugar en la campera de Cueiro, donde tenía lugar una de las mayores ferias de ganado de Asturias, que ahora intentan recuperar, a ver en qué queda. Allí se juntaba gentes de numerosos concejos, además de tratantes de la parte de León, Galicia y Santander y centenares de cabezas de ganado. El lugar de la feria era tan amplio, que acudían varios grupos de músicos y no se estorbaban unos a otros, cada uno juntaba sus parroquianos y se organizaban bailes por barrios.

En uno de los recintos cerrados con muros de piedra de un metro de altura, tenían unas cuantas becerras sueltas, que los interesados iban analizando y ofertando; una de ellas especialmente esquiva, que no se dejaba agarrar ni por su propio dueño, saltó el cercado dispuesta a recorrer el mundo. Desgraciadamente fue a saltar por la parte donde andaba Agamenón que se presentó voluntario para sujetarla; cuando la xata pasó por encima de nuestro hombre, este estiró la mano y acertó a graparla por una pata. La novilla aterrizó violentamente y empezó a dar blincos llevando arrastras a Agamenón, que sonreía gritando, mientras dejaba cachos de camisa por el suelo:

-¡Esta ya no se escapa!

Y no fue muy lejos, arrastrando el ancla de cien kilos de Agamenón.

Un día, por lo que fuera, quedaron sin maíz para moler en casa y había que bajar a uno de los comercios de la carretera general a por un saco, dándose la coincidencia de que el caballo de casa lo habían prestado a un vecino para traer un par de pellejos de vino de la parte de León.

Agamenón bajó igualmente a pie, entró en Casa Delfín y pegó un par de voces hasta que apareció el titular:

-Necesito maíz.

-¿Pa ti, o pa los xatos? Bueno, da igual?

-¿Tu padre sigue bien, Delfín?

-Tengo por aquí una quilma con ochenta kilos del mejor grano, especial para ti.

-¿A cuánto?

-Puede salite regalao.

-Tú no regalas ni la mierda que cagas.

-Si lo llevas al hombro hasta casa, sin posar, dóytelo gratis.

-¡Venga!

Y partió la caravana encabezada por Agamenón con el saco al hombro, seguido del tendero y un par de vecinos que iban como testigos. Bildeo quedaba a cuatro kilómetros cuesta arriba y el trato era no apear el saco en todo el trayecto.

Nuestro hombre cogió el ritmo adecuado y fue ascendiendo sin mayor dificultad; hacia la mitad del recorrido había una fuente que vertía el agua por una teja casi a ras de suelo. Agamenón fue desplazando el saco hacia la espalda, sin posarlo, se arrodilló y bebió. El tendero tiró la toalla:

-¡Quédate con el puto saco y cómelo, animal, así revientes de cagalera! Yo vuelvo pa casa, pero antes déjame sacar las pesas de la báscula que metí entre el maíz.

Seguiremos informando.