Ya que hablamos de aborto lo primero que deberíamos plantearnos es ahondar un poco más acerca del embrión, del feto, el producto de la concepción de una mujer, cuyo embrión, en un proceso normal, debe desarrollarse completamente dentro del útero de la madre. La cuestión es la siguiente: el feto, el «ser» ya concebido, ¿tiene o no tiene algún derecho? La respuesta, afirmativa o negativa, tiene su importancia, en particular para el propio feto, para el ser ya concebido, porque de esa respuesta depende nada menos que aquel tenga garantizado o no el derecho a desarrollarse y vivir.

El artículo 29 del Código civil español establece que el momento en que surge la personalidad, cuando ya se puede hablar de que se es «persona», es con el nacimiento y no antes. Pero ese mismo precepto añade que el concebido -el embrión, el feto- se tiene por nacido para todos aquellos efectos que le sean favorables. Con dos condiciones esenciales, eso sí: 1) que ese feto, cuando haya nacido, tenga figura humana; y 2) que una vez separado del seno materno viva fuera de él un tiempo mínimo de veinticuatro horas.

O sea, que el concebido, el feto, se tiene por nacido -ya desde el momento mismo de la concepción- «para todos aquellos efectos que le sean favorables». Y, digo yo, ¿qué mayor efecto favorable que el derecho a nacer, el derecho a respirar y a vivir? Ya me dirán ustedes.

Pero es que hay más. Nuestra Constitución de 1978, cuando se refiere a los derechos y libertades de los españoles, en el capítulo segundo del Título I, dispone en su artículo 15 que «todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral».

El derecho a la vida es, así, «un valor superior del ordenamiento jurídico constitucional -la vida humana- y constituye el derecho fundamental, esencial y troncal en cuanto es el supuesto ontológico sin el que los restantes derechos no tendrían existencia posible», como se afirma en la sentencia del Tribunal Constitucional español, de 11 de abril de 1985, y se confirma en otras resoluciones del mismo Tribunal, como es la de 18 de julio de 2002, entre otras varias.

Cuando este escribidor estudiaba en la Facultad de Derecho nos hablaban de un filósofo italiano, Marsilio Ficino, quien allá a mediados del siglo XV ya decía que «no es menos himicida aquel que impide nacer a alguien que aquel otro que le quita de en medio después de que ha nacido». Y me parece que el tal Ficino tenía toda la razón del mundo, ya que, si nos atenemos al resultado, tan malo es matar como no dejar nacer. No dejar nacer es, de ese modo, nos guste o no nos guste, una variante de matar.

Conservo un artículo de Julián Marías, publicado hace unos cuantos años, en el que Marías afirmaba que aceptar el aborto es lo más grave que nos ha acontecido a la sociedad española a lo largo de todo el siglo XX. Y no se queda atrás la madre Tresa de Calcuta, cuando afirmó -en el discurso pronunciado en 1979, al recibir el Premio Nobel- que «el mayor enemigo de la paz es el aborto, porque si una madre puede matar a su propio hijo, ¿qué queda para que yo te mate a ti o tú a mí? No hay ninguna diferencia».

Aquí, en esta España tan irreconocible a veces, ya tenemos una nueva ley, con un título muy extenso y rimbombante: «Ley Orgánica de Salud Sexual y Reproductiva y de la Interrupción Voluntaria del Embarazo». Esta nueva ley, de decidido impulso socialista, permite abortar libremente, porque sí, porque me da la gana, «porque este feto representa una carga y yo, a mis dieciséis años no quiero cargas, quiero gozar de la vida». Y así nos va a ir, que se podrá abortar libremente en las catorce primeras semanas de gestación, unos tres meses y medio, y hasta la semana veintidós, esto es, hasta cinco meses y medio, más o menos, cuando exista grave riesgo para la salud de la madre o se hayan detectado malformaciones en el feto.

¿Es así como entendemos aquí el progreso, matando inocentes? Si no deseas quedar embarazada, si no quieres tener hijos, allá tú, no los tengas, hay en el mercado un montón de medios para lograr ese resultado y eres libre para ello. Pero, eso sí, si has quedado embarazada, en ese punto se acaba tu libertad, porque ya no estás a solas con tu cuerpo, que ahí, dentro de ti, ya hay otro ser vivo.