La experiencia que nos aporta la vida debería servirnos para apreciar la lenta pero constante evolución de nuestro conocimiento sobre lo que vemos y sentimos. No obstante, nuestro temor a perder algo, a no ser entendidos, a equivocarnos, nos mantiene en un estado de angustia e insatisfacción interior que nos atenaza, ocultando así nuestras verdaderas intenciones. Por ello, el alto grado de sectarismo y de cobardía existente en una buena parte de sujetos que no se avergüenzan cuando intentan dar a los demás lecciones de buena conducta haciéndose pasar por «progresistas», ya no me vale. Hace ya bastante tiempo que dicha definición política está vacía de contenido al haberse adulterado sus señas de identidad.

Siempre he considerado a los sindicatos como instrumentos muy validos para los trabajadores y muy necesarios para una buena vertebración de la sociedad, pero la mala imagen que desde hace algún tiempo soportan, a mi entender, está provocada por la actitud de una parte de dirigentes y de sus «fieles por interés» -no confundamos por principios- debido a sus comportamientos en el desarrollo de su vida pública.

En la misma dirección transitan otros muchos responsables que, atrincherados en sus organizaciones, sobre todo de ámbito político, se olvidan cada vez más de mantener una postura firme en estos tiempos tan difíciles para no aparecer como «vampiros» en la defensa de sus incontables privilegios, y, a su vez, querer justificarnos la subida incesante de nuestros impuestos. Lo indigno de estos «progresistas de la nueva era» es su intento de amordazar a todas aquellas personas honestas y coherentes que no se dejan arrastrar por la codicia, ni necesitan apelar a su «pedigrí de izquierdas» para cumplir con su tarea de servir a la sociedad. Dejarían demasiado en evidencia a muchos de sus dirigentes y a sus «lame-culos» que de una forma furtiva se lo llevan crudo a costa de los demás.

La izquierda política en la que creo no puede seguir dejando que estos personajes envueltos en su endiosamiento piensen por nosotros como si fuésemos borregos. Una sociedad sana debería rebelarse contra este intento de programar nuestras vidas facilitando así la irrupción, cada vez mayor, de personajes sombríos que utilizan sus engaños y promueven el enfrentamiento para preparar el terreno que conviene a sus intereses. Éstos son los más abanderados de ese «progresismo falsificado y corrompido de la nueva era».

Por defender sus siniestras intenciones, pienso que estos personajes miran para otro lado o no se dan cuenta del daño que están provocando en nuestra sociedad. Sirva a modo de ejemplo la utilización del poder judicial para favorecer intereses políticos. La baja calidad de la enseñanza, donde se está consiguiendo que en el reino de los ciegos «el tuerto siga siendo el más pillo» para seguir hurgando en el cesto de los demás. O bien, el intento de denigrar nuestra cultura cristiana como fuente de valores para construir una sociedad mejor. ¿Qué futuro nos espera si no somos capaces a cambiar esta tendencia?

No estaría de más recordarle también a la derecha política que tiene una buena parte de responsabilidad. Entre otras cuestiones han favorecido con su posición que, un poder capital de nuestra democracia como es el judicial, este apareciendo como «mercancía para repartir la justicia» a pesar del buen hacer de muchos jueces que la quieren impartir. El haber consentido con su posición un reparto político en sus órganos de gobierno ha perturbado su independencia, lo que no deja de ser preocupante para la salud democrática.

Las organizaciones sindicales también deberían asumir de algún modo una buena parte de culpa por mucho que nos definamos como los defensores de los trabajadores. Entre otros desatinos, no olvidemos la cantidad de cargos que ejercen como concejales o diputados autonómicos y, a su vez, como representantes sindicales ¿Acaso no deberían ser incompatibles ambos cargos por compromiso ético ante lo que ello representa?

Siento sinceramente que el sacrificado trabajo desempeñado por muchos delegados que actúan de buena fe en defensa de los trabajadores no esté siendo muy valorado en la actualidad. Los nocivos ejemplos de otros muchos representantes sindicales que no saben comportarse con la dignidad que requiere su deber son los que favorecen este tipo de situaciones. Estoy convencido que a muchos sindicalistas les molestará esta crítica. Otros en cambio estarán de acuerdo conmigo en que es peor tener a tantos hipócritas, vividores y conspiradores entre sus filas, que tanto daño hacen a la función que realizan nuestras organizaciones.

Al margen del color político que adoptemos los ciudadanos, si no somos capaces de percibir el envilecimiento a que estamos llegando, tampoco tendremos presente que las libertades nunca se pierden de golpe, sino que se van destruyendo progresivamente por la indiferencia, la apatía y la ignorancia de una buena parte de la población que lo va haciendo posible.

En este proceso de degradación, muchos de nuestros jóvenes van a tener que padecer un pérdida profunda de valores que deberían estimular su autoestima y civismo. Las secuelas que de ello se deriven, serán -ya lo están siendo- muy peligrosas. No olvidemos que estos jóvenes posiblemente serán quienes nos representen en un futuro y no podemos quitarnos la responsabilidad que tenemos los mayores en este desastre.

El cambio de modelo de sociedad que se pretende desde el poder político hace mucho hincapié en aleccionar a los «capitalistas de derechas», en cambio, no aprecio que persiga con el mismo ardor a los ejemplares políticos que emergen con el «pedigrí de izquierda» y que no dejan de florecer como «los nuevos ricos en el progresismo de la nueva era». Nunca han sabido lo que es el auténtico esfuerzo del trabajo al haberse amamantado del «chupete político», en cambio, saben beneficiarse del esfuerzo del sufrido ciudadano.

Por desgracia ejemplares de este tipo existen en todas las familias, lo complicado, es tener voluntad para excluirlos. Espero sinceramente que una izquierda de progreso contribuya a esta tarea no rindiendo sumisión a todo aquello considerado como «políticamente correcto», ni facilitando con su silencio a que las instituciones se conviertan en «cortijos privados de unos pocos». Ante este panorama ¿Qué piensan los sindicatos? ¿Acaso no quieren señalar esta deriva y sólo desean apuntar en una sola dirección manteniendo una posición de servilismo a ese falso progresismo? En algunos casos sus silencios hacen evidente sus intenciones. Es una pena que tantos años de lucha no nos hayan servido para dominar nuestro visceral sectarismo.