E. CAMPO

El increíble caso de Rafael Suárez Solís es el que encierra la paradoja de que el escritor avilesino más prolífico en la historia de la literatura de la ciudad -en palabras del investigador Alberto Del Río- no cuenta con una sola obra publicada en España. La conferencia que ayer ofreció Del Río para la asociación de amas de casa con motivo del Día del Libro sirvió también para reivindicar la figura de este autor al que Luis Amado Blanco comparó con Armando Palacio Valdés, Sánchez Calvo y Bances Candamo y que aseguró que la ciudad le debía, al menos, una estatua.

Rafael Suárez Solís nació en 1881 en el barrio de Sabugo, hijo de un médico, y quizá la razón de su olvido se deba a que a principios del siglo XX, con 23 años, se fue a Cuba, donde hizo carrera como periodista y donde acabaría sus días, en el año 1968. «Se hizo incluso ciudadano cubano, aunque no fue de los escritores del exilio», señaló Alberto Del Río. El de Sabugo compartió amistad con otros dos literatos destacados del panorama avilesino: el ya aludido Luis Amado Blanco, que llegaría a embajador, y el dramaturgo Alejandro Casona.

Su carrera en el periódico «Diario de la Marina», el más importante de Cuba, culminó en su nombramiento como director, y se convirtió en una de las referencias periodísticas de la América Hispana. Rafael Suárez Solís firmó más de 17.000 críticas y artículos periodísticos. Pero no sería hasta después de cumplir los 60 cuando su producción se centrara en los recuerdos de Avilés natal. «El pueblo donde no pasa nada» es una primera novela dedicada a la ciudad, cuyas calles y barrios quedan claramente identificados pero donde se omite el nombre de la localidad.

«Es emocionante pensar en alguien escribiendo desde el Caribe sobre su niñez y juventud en Avilés», señaló el investigador. Este singular escritor también se inspiró en la ciudad para obras de teatro. «Camino del cementerio» es otro de los títulos de su abundante producción. «Rafael Suárez Solís fue un espíritu del Cantábrico transplantado al Caribe», afirmó Del Río para describir el carácter irónico que desprenden sus obras, donde también refleja una visión «muy tierna» de los paisajes y paisanajes del lugar que le vio nacer.