El circo está de luto por la muerte de Ángel Cristo. El circo de verdad, no el que ya está montando la prensa rosa a costa de la vida del único domador de leones cuyo nombre nos es familiar; yo, por lo menos, no sé de ningún otro. Conocí a Ángel Cristo cuando vino con su circo a Avilés en la década de los noventa. La carpa se instaló en la pista de La Exposición y el artista habitaba en una «roulotte» que había conocido mejores tiempos. En aquella destartalada casa rodante me recibió sobre un sofá con lamparones un hombre hundido, física y moralmente. Un velo enturbiaba los ojos del domador, posible efecto secundario de los sedantes que admitía tomar para mitigar los dolores de sus lesiones. Al menos, conservaba el orgullo artístico y soñaba con rehacerse de su mala fortuna. Fue que no. Hace un año Ángel Cristo volvió a Avilés convertido en un títere del que un empresario poco escrupuloso se valía para promocionar un «show» automovilístico. Larga vida a la memoria del artista; descanse en paz el juguete roto.