Saúl FERNÁNDEZ

En el museo Alfercam, el único de Avilés, se puede escuchar el sonido de una balalaika y, a dos pasos, la bocina de un Rolls Royce de la Belle Époque. La combinación de música y motores de explosión casa tan bien que cuando el visitante sale del museo se va con el encanto de una sinfonía. Hace quince meses los hermanos Alfredo y Fernando Campelo cerraron su museo «por la crisis, porque era el gasto del que se podía prescindir», explica el primero. Hoy reabre sus puertas y, hasta el viernes, la entrada será gratuita (la entrada de los adultos en los días normales es de 3 euros, los miércoles, uno solo). «No es que hayamos superado la crisis, lo que hemos hecho ha sido adaptarnos a ella, ya no hay miedo», apunta Alfredo Campelo.

Las aficiones coleccionistas de los dos empresarios avilesinos es una suma de tesoros: a Alfredo lo que le entusiasma es la música, «sacar el sonido de cada uno de los instrumentos que guardamos en el museo». Y son más de cuatrocientos. Fernando se inclina más por la automoción. Una docena de vehículos: utilitarios de los años veinte, Rolls Royces de superlujo, un camión de reparto de la compañía Victor Master's Voices.

Alfredo Campelo lo tiene claro: su joya particular es un sasando procedente de la isla de Timor (Indonesia), un instrumento cuya caja de resonancia está formada por hojas de palma. Las motos de Fernando Campelo son sus perlas.