De nuestro corresponsal,

Falcatrúas.

Corrían los años setenta del siglo pasado, acababan de inaugurar la carretera al pueblo, una enfermedad desconocida, la albañilitis, había invadido Bildeo y no había casa que no anduviera revolucionada, el mujerío con los nervios crispados, quitando con la espumadera cachos de ladrillo y azulejo de entre las berzas del pote. Razón tenía la maldición gitana: ¡Permita Dios que te entren en casa los albañiles!

Por primera vez en la centenaria historia local entraba el agua potable en las casas por las cañerías y no acarreada a cubaos; junto con la luz, también recién llegada, irrumpían de una tacada la higiene, las reivindicaciones femeninas, el progreso, los electrodomésticos y unas cuantas cosas más.

La Casa de Maniega, con los trabajos casi terminados, lucía en el exterior una nueva y estupenda escalera voladiza que llamaba la atención; la versión anterior estaba tan deteriorada que sólo conservaba un peldaño de cada tres, durante años entraron y salieron de casa salvando precipicios. Pedro Maniega contemplaba la obra acompañado de su mujer, Erundina, y de Isidro, el inventor:

-¡Quién nos iba a decir a nos, toda la vida arrastraos, que íbamos a tener arreglada la casa, con tantos adelantos: acometida de agua, lavadora, nevera, váter, televisión y gas?!

A la sufrida pareja se les llenaban los ojos de agua y soltaban unas peroratas tremendas a quien los quisiera oír, recordando las penurias de toda la vida, con el llar en el suelo, que quedaría muy bien en los museos, pero era una verdadera calamidad tener aquella foguera en casa, oliendo todos a gitanizo.

-¡Quitai p'allá, por Dios! -decía Erundina-. No me andéis pendorando pregancies ni potes colgando, ni la tabla de lavar. ¡Bendito el día en que llegó la carretera y nos trajo todo lo moderno!

-Lo que nos falta pa rematar la obra -lamentó Pedro- ye una barandilla con un pasamanos p'agarrase, que va uno siendo mayor y hay que subir y bajar con seguridad.

-Que te la pongan los albañiles que te reformaron la casa -argumentó Isidro.

-Ya se lo dijimos, pero ellos no trabajan el fierro, tienen que encargala a Cangas y sube mucho el presupuesto.

-No habrá que llamar a los alemanes; facémosla entre Pepe el Ferreiro y yo.

-¿Pero tú sabes soldar y todo eso?

-Eso apréndese enseguida.

Isidro púsose a aprender a soldar leyendo los manuales de un cursillo GPS (Gilipolleces para Semovientes), mientras dibujaba a lápiz modelos de barandilla. Aprendida la teórica de lo primero y elegido un boceto de lo segundo, se dirigió a la fragua.

-Así que méteste a barandillero, -le espetó el Ferreiro- y de paso líasme a mí sin preguntame.

-¿No tienes un grupo de soldar y sueldas con él?

-Sueldo algo, sí, pero cosas fáciles, toi muy mayor pa virguerías.

-Pues entre lo que sepas y lo que puedas enseñame, hacemos la barandilla a Maniega.

Isidro entrenóse soldando cachos de chatarra, un verdadero estropicio y una fortuna en electrodos, mientras Pepe preparaba con varillas y pletinas los despieces de la obra, pero tuvo que ausentarse unos días, anduvo por Oviedo de dentistas, y cuando regresó encontró la barandilla de seis metros de larga armada y colocada, recibidos con cemento los anclajes en los agujeros practicados en los peldaños de la escalera. Su ojo clínico vio un fallo garrafal inmediatamente:

-¡Isidro, animal, los barrotes tienen que quedar perpendiculares a los peldaños y tú soldástelos perpendiculares al pasamanos! ¿No ves que quedan atravesaos, mirando pa Tineo, cuando tenían que tar derechos?

-Todo tien arreglo. Pedro, llama a Ramiro que traiga el tractor.

Ramiro el Pudiente, de Casa los Pudientes, de Bildeo de toda la vida, trajo el tractor, con una burrada de caballos, no era ningún Pasqualín, apenas cabía por los caminos.

La idea era tirar de la parte superior de la barandilla desde el camín, haciendo ceder los barrotes hasta dejarlos verticales. Ramiro enganchó un cable de acero al extremo del pasamanos y a la trasera del tractor, tiró un poco hasta tensar y aceleró a fondo: la barandilla comenzó a desplazarse? todo iba bien? los barrotes iban cogiendo la vertical? el pasamanos perdía altura transformándose en pasapiés?, venga, un último acelerón?, un puquiñín más? De repente, un fragor tremendo: el tractor arrastraba la escalera entera después de arrancarla del costado de la casa. La escalera voladiza echó a volar.

Los presentes, la mitad de los vecinos, quedaron pálidos por el susto y la polvareda que se levantó; al disiparse la nube, apareció Erundina en la puerta de la casa, que quedaba ahora a tres metros de altura, parecía una santa en un altar, pero en vez de bendecir a la concurrencia, echó una jaculatoria:

-¡Isidro, la madre que te parió, en cuanto pueda bajar de aquí, cápote!

Seguiremos informando.