De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

Hace muchos años, el cura de la época arreglose pa traer al obispo de Oviedo hasta Bildeo; era difícil entender cómo alguien estudiado pudo atreverse a tamaña insensatez. Subieron al prelado encima de una mula y en el trayecto de dos horas y pico desde la carretera general hasta Bildeo, cayó dos veces, quedó todo mancao de un cadril y con los morros esgarduñaos. Y no fue nada, que faltó poco pa que bajara rodando hasta el río, que tenía cuerpo pa ello, con forma de tonel.

El sacristán de aquellos entonces era Casimiro, de Casa el Tuerto, de Bildeo de toda la vida, hombre mariqueto y de mucha lectura, que sabía hablar con gente importante, no como otros, por ejemplo Evelio el de Casa los Panochos, de rancia estirpe bildeana, llamada así porque uno de los antepasados vino de Murcia y salían todos del color del pimentón.

Descargaron al obispo, con gran alivio de la mula, que lanzó un sonoro relibuzno, entre relincho y rebuzno, propio de los de su especie. Casimiro el sacristán corrió a besarle el anillo, no lo encontró, y empezó recorrer todos los dedos, llenando de babas las manos del prelado y hubiera continuado con los pieses, pero el babeado sacó la joya que había guardado en el bolso después de una de sus caídas y se la calzó en el dátil correspondiente, dándole al baboso la oportunidad de sacudirle unos lametones.

-Sea bienvenida su ilustrísima, -dijo muy gallardamente Casimiro.

-¡Animal! -le espetó Evelio el Panocho-, parez mentira que fueras tanto a la escuela: ¡Ilustrísima ia pa una fema, ya este ia macho! (*)

Muchos años más tarde, Don Antonio el Pingarato, el cura de Bildeo y países limítrofes, convenció al obispo reinante en Oviedo para que visitase el concejo, a ver si aflojaba la mosca para reparar unas cuantas cosas, empezando por la capilla, que estaba en las últimas. Claro, llegar a Bildeo esta vez eran flores, comparado con aquella visita anterior; el obispo pudo llegar en su Mercedes de seis cilindros, conducido por un machaca que tenía para trabajos de campo.

Aquella temporada estaba siendo la de la invasión de los teléfonos móviles, una peste que en la ciudad debieron experimentar un año o dos antes, ya se sabe que los adelantos llegan a Bildeo con una tardanza así; los atrasos no, esos ya los tenemos aquí con parada y fonda desde siempre.

Llegaron los móviles, sí, pero no la cobertura; a medida que los vecinos iban proveyéndose de aparatos que no entendían, se daban cuenta de sus carencias técnicas en cuanto a hertzios y baudios, muy alejados del sistema métrico de Bildeo: paxaos pa los áridos, cuartas pa las longitudes, ratao para el tiempo, pingaratas pa los líquidos. Estaban pasando del llaviego y la gadaña a los SMS, los GPS y otras siglas incluso más peligrosas.

Pero acabaron por enterarse de que saliendo fuera de casa podían tener señal, que subiéndose a un punto alto había más garantías de comunicación y cosas así, de modo que era habitual ver a los vecinos haciendo Tai-chi por los tejados, trepando por una castañal, sacudiendo los teléfonos móviles con grandes aspavientos, atrapando moscas, todo por coger la señal, mientras se daban voces unos a otros:

-¿Manolo, ya la garraste?

-No, me cago en mi alma, no soy a ella. Ya me miran mal los esguilos, toy subido en las últimas cañas, estorbándolos, y esta mierda de cacharro no coge nada.

-El mío tampoco; voy a acabar haciendo faraguyes con las tejas antes de conseguir hablar con la mi fía en Oviedo.

Con el auxilio técnico del inefable Isidro el inventor, algunas vacas comenzaron a lucir hilos de cobre tendidos de cuerno a cuerno, tal y como se hiciera en otros tiempos tendiendo hilos misteriosos entre las varas de morcillas y chorizos colgados en el techo de la cocina para sintonizar con la radio emisoras como la Pirenaica y Radio París.

El prelado, viendo a la gente subiendo por las paredes y los árboles, dando vueltas alrededor de las casas con las manos estiradas hacia el cielo, preguntó a su cura guía, Don Antonio, qué significaba aquel afán:

-Están buscando la señal, monseñor.

El susodicho plasmó, no recordaba en ninguna de sus diócesis anteriores, ni en las parroquias donde ejerció de cura de a pie, una fe tan arraigada.

-Y dígame, Don Antonio, esa señal que buscan será la que nos revele la venida del Mesías, del Espíritu Santo, tal vez el Día del Juicio Final??

El sacerdote se le quedó mirando de hito en hito; en su mirada incrédula, iba una pregunta muda: ¿Dónde le habrían dado a este pájaro el título de obispo?

(*): Ilustrísima se aplica a una hembra y este es macho.

Seguiremos informando.