La compañía «Els Joglars» disfruta con la transgresión; es como el grupo de monigotes que protagonizan la serie de dibujos animados «South Park»: lo importante es el sarcasmo, el cuchillo entre los dientes, la oposición al poder (sea este el que fuere). Hace cuarenta y nueve años -cuando nacieron- el objeto de la ira era el señor que vivía en el palacio del Pardo y firmaba penas de muerte todas las semanas. Ahora, en pleno siglo XXI, eso ha cambiado: el presidente Zapatero, los actores «progres» y hasta la ministra de Igualdad. Y es que la comedia, como la energía, ni se crea ni se destruye: sólo se transforma. Así se explica, por ejemplo, que a comienzos de los ochenta el punto de mira de la compañía fuera Dios («Teledeum») y que ahora, muchos años después, Boadella, el director del legendario grupo teatral, contertulie en la cadena de la Conferencia Episcopal.

La transformación ideológica del primer «joglar» viene de hace pocos años, de mediados de los 90. Parece que Boadella sigue al pie de la letra aquel adagio del doctor Marañón sobre la juventud, la revolución, la madurez y la situación acomodada. O sea, que el tiempo pasa para la transgresión y para el poder. La oposición por la oposición provoca situaciones inexplicables, como que los actores que dieron un paso adelante en la acción política ahora reprochen a otros actores que den un paso adelante en la misma acción política. Hablo del número de los conspiradores mudos, uno de los mejores del espectáculo «2036 Omena-g», un tributo de la compañía a sí misma que llenó y entusiasmó el viernes en el teatro Palacio Valdés.

La compañía de Boadella -que programa, con la bendición de Esperanza Aguirre, la presidenta de la Comunidad de Madrid, un teatro público- es la más longeva de Europa y es, asimismo, una de las responsables de la transformación de la escena española. Cuando nacieron, a comienzos de la década de los sesenta, lo que se podía ver eran sainetes traducidos, obras históricas de Buero Vallejo o comedias de Calvo-Sotelo: un panorama encebollado que necesitaba del aire puro de la independencia. Y así fue que aparecieron. El teatro llevó a varios componentes de la compañía a la trena: entonces la escena sí podía llegar a ser subversiva. Las cosas han cambiado y el grupo independiente se hizo mayor, muchos miembros se diluyeron entre querellas judiciales, autorías colectivas y otras historias poco teatrales? Los muy catalanes «Els Joglars» decidieron optar por el exilio de Cataluña (esto, la presunta persecución de la compañía por parte de las autoridades públicas catalanas, es algo de lo que se jacta siempre Boadella en cualquiera de sus muchas entrevistas) y la compañía dio el salto casto a Castilla.

«2036 Omena-g» se presentó el pasado febrero en Sevilla con un éxito clamoroso y es que el trabajo de los ocho actores del montaje es extraordinario, la dirección es fabulosa, no así el guión, una suma de «sketches» con una ligazón demasiado volátil (la vida cotidiana en el «vertedero de putos viejos Ogar del Artista»). Pese a ello, el número del juego de las sillas en la sala de la televisión resultó soberbio, igual que el de la sala de espera de la consulta en busca de la dosis de medicina? Ramón Fontserè se llevó los aplausos cuando se puso el pijama ayudándose con el bastón y los «jóvenes» del futuro -que hablaban una suerte de «neolengua» orwelliana- se rieron del pasado mientras desfilaban trajes imposibles que recordaban los años más tristes? El espectáculo, con forma de programa de televisión, incluyó publicidad tan asombrosa como indecorosa (los malos tratos). El final fue un salto mortal: el sarcasmo no puede explicar toda la vida sobre los escenarios; «Els Joglars» también tienen corazón. Conquistaron a los espectadores avilesinos con su visión del futuro. Como cuando llegaron por primera vez a Avilés, cuando el teatro se hacía en la pista de La Exposición. Cosas del pasado.