Estas tierras en torno al Cabo de Peñas están muy lejos territorial y conceptualmente del fenómeno surgido en torno al Mediterráneo en la antigüedad griega y romana. Cicerón se retiraba en Tusculo, Plinio El Joven lo hacia en Ostia y las costas del Lacio y de Campania se poblaron de villas concebidas para el descanso. Un concepto de ocio con diferencias al que está en uso en nuestro tiempo, estimulado por las teorías aristotélicas y platónicas que lo fundamentaban en la ideas de libertad, esfuerzo, ciudadanía y formación integral y concretado en la contemplación intelectual como un ejercicio para la búsqueda de la belleza, la verdad y el bien.

Estas tierras del norte se mantuvieron por tanto alejadas del periplo del «Gran Viaje» y de las prácticas de talasoterapia que en el resto de Europa comienzan a ser habituales desde el siglo XVIII. Aquel concepto de higienismo busca dar solución a los problemas que comienzan a manifestarse en los habitantes de las grandes aglomeraciones urbanas e industrializadas. Una nueva visión sobre el mar y la costa, la idealización de los efectos beneficiosos para la salud y sobre todo para el espíritu, harán posible el fenómeno en torno a la playa ligado en sus inicios a una prácticas en manos de la nobleza, que poco más tarde imitó puntualmente la emergente burguesía a partir del siglo XIX.

En tierras de Gozón no tenemos constancia de la presencia de alguno de estos viajeros hasta la segunda mitad del siglo XIX. En los años finales del reinado de Isabel II (hacia 1860) se rastrea la existencia de un pequeño grupo de personas que permanecen en Luanco atraídos por los baños, la estancia en un pueblo de pescadores carente de infraestructuras -atrasado- y el contacto directo con la naturaleza y los naturales en estado puro.

Poco habría de durar esa situación, pues son los años en que la región comienza a desarrollar una cierta estructura industrial y Gijón se proyecta como un gran centro fabril, con la consiguiente concentración de obreros y burgueses. Luanco, y todo el territorio del concejo, tenía la mejor ubicación posible, pero el desarrollo del sector pasaba por la innovación en servicios, comunicaciones e infraestructuras. Entre 1890, fecha de inauguración del Balneario La Rosario, y 1930 serán una realidad.

Las carreteras con Avilés y Gijón se renuevan en 1867 y 1900; sin embargo el ferrocarril ha sido un sueño nunca alcanzado, a pesar del empeño municipal, lo que puede abonar la teoría del interés de determinado grupo de burgueses por mantener su paraíso alejado de la invasión de las clases proletarias. En 1909, mercado cubierto; la red de aguas ,en 1905; apertura de nueva calles y plazas de acuerdo al primer plano urbanístico, en 1921; en 1925 se inaugura el primer parque público del pueblo? confiterías, cafés, nuevos festejos? etcétera.

Cuando el fenómeno del veraneo se consolida como un componente importante en la economía del lugar se alteran los ritmos tradicionales aceptados. Tuvo que haber supuesto un impacto importante. Porque aquel universo material que se iniciaba era responsable de nuevas condiciones que se plasman en las normativas municipales para la higiene pública de 1877 y 1897, y el reglamento de baños de 1888 y 1896, imponiendo cuestiones de higiene y sobre todo de moralidad: separación de sexos por zonas de baño, utilización de bañadores adecuados, preservación del pudor de las casetas destinadas al baño femenino? Normas que terminarán por impregnar la mentalidad colectiva de un pueblo que hasta ese momento había vivido y utilizado los espacios en torno al mar de una forma más libre, con menos convenciones, haciendo uso de una moralidad que no precisaba de reglamento precisos y que carecía de los espacios de exclusión surgidos de los nuevos usos, la jerarquización y la rentabilidad económica. Todo un universo nuevo en el que la impregnación visual es también capítulo pendiente para analizar nuevas pautas en el vestir, en el comportamiento y en la sociabilidad general.