Se ha liado una buena con la prohibición, por parte de la Generalitat, de la «fiesta» taurina en Catalunya; no creo que haya nadie en este país que no se haya enterado y que no haya dado su opinión, así que yo voy a hacer lo propio. Soy antitaurina (término que no me gusta, por ese «anti», pero que empleo para dejar clara mi postura) y lo he sido siempre, desde que me alcanza la memoria. Nunca he podido entender cómo es posible que haya personas que disfruten viendo humillar, torturar y matar a un animal; que se sientan bien ostentando un poderío, del que sinceramente creo que carecen, cuando ven a un toro que, sintiéndose vencido, baja la cabeza para que le asesten la puñalada final. Lo siento pero soy incapaz de comprenderlo. Bueno, qué narices, la verdad es que no lo siento en absoluto.

No quiero entrar en politiqueos de si los catalanes esto, de que si los catalanes aquello? Bien es sabido que amparadas por la Constitución, que hoy por hoy regula nuestros derechos, las autonomías tienen determinadas atribuciones, y que, basándose en esa premisa, es lógico que actúen en consecuencia siempre que lo hagan dentro del marco de la ley. Pero en lo que sí voy a entrar es en lo que, como española, me afectan determinados comentarios y sentires populares. De entrada diré que, para mí, una fiesta es un evento en el que se supone la diversión de todos los asistentes. Recuerdo una película, «La cena de los idiotas», en la que unos amigos elegían a un hombre, totalmente ajeno a sus costumbres, al que invitaban a cenar y al que ridiculizaban, en esa cena, para su propio regocijo. Cuando terminaba la película, lo más lógico era el siguiente pensamiento. «Vaya panda de? malos hombres» (está feo escribir la palabra que refleja realmente lo que eran). Pero claro, hay quien aduce que el toro no es más que un animal, afirmación totalmente cierta pero que hace que yo me pregunte: ¿y qué somos nosotros sino animales dotados de la capacidad de razonar? ¡Pues vaya manera que tenemos de usar la dichosa capacidad! Y es que no he visto a ningún animal de los irracionales que mate a otro infligiéndole diferentes torturas antes de comérselo.

Todo esto viene al caso porque me siento mal cuando a los españoles, en general, se nos identifica con semejante barbarie puntualizando, además, que es nuestra «fiesta nacional». Perdonen, señores, pero eso, ni es una fiesta ni es mía.

Durante esta semana he debatido con diferentes personas sobre el tema, a las que, según la línea de argumentación que se emplease, contestaba cosas como: «Sí, también era costumbre en Esparta arrojar a un barranco a los niños que nacían con alguna debilidad; pero es historia desde hace muchísimos años». O: «Sí, también es cierto que en China mataban a las niñas cuando nacían porque les salía más barato que criarlas, pero esas cosas han dejado de hacerse porque la razón ha vencido a la superstición y a los pensamientos erróneos». Y muchas más que no puedo enumerar por falta de espacio.

Con quien no he tenido la posibilidad de debatir sobre este tema ha sido con el señor Rajoy y de verdad que me hubiese gustado mucho poder hacerlo. Le escuché decir que iba a intentar que el Congreso de los Diputados declarase la tauromaquia como «bien de interés cultural». ¡Toma ya, esto sí que me pareció el colmo! Y es que se puede rebatir el que una persona diga que es una tradición de nuestro país, o que es un símbolo que siempre ha representado a España fuera de nuestras fronteras; pero lo que no tiene por dónde cogerse es que un político que ostenta el cargo de presidente de uno de los dos partidos mayoritarios de España, al que se le supone una cultura y una capacidad para razonar y distinguir lo que está bien de lo que no lo está, piense que le puede hacer algún bien al legado cultural de nuestro país, esa horrenda manera de sacrificar a un animal para divertimento de las masas.

Que pasarse -lo cierto es que no tengo ni idea del tiempo que dura una corrida de toros- una tarde viendo como se derrama sangre sobre un lecho de arena, cómo se acorrala a un animal y se juega con su dolor y con su miedo, cómo se cortan partes de su cuerpo ya muerto para entregárselas a su verdugo como trofeo, sea algo bueno para transmitir a las siguientes generaciones me parece impropio del siglo XXI.

Señor Rajoy, haga la política que a usted le parezca que debe hacer, pero piense un poquito antes de hablar porque hay veces que dice unas cosas que le dejan en una bajura tal que, a la larga, no creo que le haga ningún bien.