Aunque yo no recuerde si los he visto alguna vez, los billetes de 500 euros existen. Imagínense, por ejemplo, que ustedes tienen uno, que lo utilizan para hacer una compra considerablemente inferior a esa cantidad, como es lógico, la persona encargada de devolverle la diferencia comprobará con sumo cuidado que su billete sea auténtico. Una vez hecho esto le devolverá unos cuantos billetes de 50 euros, quizá de 100. Y entonces usted, honrado ciudadano o ciudadana, tiene que fiarse enteramente del personal de la tienda y salir rezando para que los billetes que ahora lleva en el bolsillo sean todos y cada uno de ellos auténticos al cien por ciento. Nadie los ha pasado por la maquinita para devolvérselos explicándole claramente la diferencia que hay entre uno y otro. Y créanme, la posibilidad existe. Hace algunos años a un familiar cercano en el mismísimo banco le entregaron un billete falso, aunque en ese caso todo tuvo un final feliz y se lo cambiaron por uno auténtico. Pero vaya usted a cualquier entidad bancaria con uno falso en la mano y a ver qué pasa.

Y es que los usuarios de los servicios públicos vivimos desprotegidos ante lo que ellos se protegen. Otro ejemplo es el referido a la grabación de las conversaciones cada vez que usted realiza algún tipo de gestión telefónica. Una amable voz le avisa de que su conversación será grabada, bien (piensa usted), así no habrá dudas si más adelante tiene que hacer una reclamación. Terrible error el suyo, porque la grabación de la conversación sólo funciona en un sentido (para ellos), porque si, como ha sido mi caso, en un primer diálogo alguien le comenta unas ciertas condiciones de telefonía móvil que considera favorables, cuando por fin unos días después decide ponerlas en práctica resulta que otra voz amable (que también grabará su conversación) le habla de unas condiciones diferentes alegando que siempre han sido así. No sirve de nada argüir que hay una grabación de una fecha anterior que pueden comprobar, lo que hay es lo que hay, o lo toma o lo deja. Quizá debería buscarme un teléfono móvil con grabadora simultánea y advertir cada vez que llamo a cualquier empresa que nuestra conversación será grabada para su tranquilidad, y la mía, claro. Me gustaría ver la cara que se les pone del otro lado del teléfono.

En fin, que somos ciudadanos indefensos, ingenuos la mayor parte de las veces y crédulos hasta el absurdo. Quién nos lo iba a decir, con lo listos que parecemos.