Confieso que me siento totalmente vencida, incapaz de ver ni un solo frente en el que poder presentar batalla con dignidad. Ni siquiera me parecen viables las soluciones creativas: lamentablemente a estas alturas de la vida ya no me veo capaz de prescindir de la electricidad y alumbrarme con velas, teniendo en cuenta además que ni este ordenador con el que escribo, ni la calefacción, ni el agua caliente, ni tan siquiera el café de cada mañana sobrevivirían a un apagón reivindicativo y cabreado si dejo de pagar a la compañía eléctrica.

Y es que otra vez, sin que la simplicidad de mi mente poco imaginativa lo pueda entender, sube la luz. Supongo que será porque las compañías eléctricas están a punto de irse a la quiebra debido usted, amiga «crisis»; en ningún caso porque necesiten seguir ganando lo mismo, o más, a costa de los pobres consumidores, cada vez con menos posibilidad de consumir y cada vez más pobres.

Perdone si puedo resultar pesada al hablarle de mí y contarle que últimamente tengo la sensación de estar perdiendo facultades cognitivas, cada vez entiendo menos el significado de su propio nombre, doña «crisis». Se decía en mi casa que «nunca falta un tonto a quién echa-y la culpa» (perdone este batiburrillo de lenguajes, pero castellanizándolo del todo no me sonaba bien). Pues parece que aquí ha aparecido un tonto que no se queja, que asume todo tipo de culpas pasadas o venideras: usted misma, aunque le cueste creerlo. Si bien me temo que a su nombre le acompañan muchos apellidos: incompetencia, falta de previsión, derroche de lo ajeno, etc, etc, etc (cualquiera puede añadir lo que se le vaya ocurriendo).

Siento esta pataleta, que no me lleva a ninguna parte, si acaso a esperar que el invierno no sea muy frío y a rezar para que después de disminuir el sueldo, subir el IVA, la luz y otras cuantas circunstancias más de cuyo nombre me viene bien no acordarme, llegue una primavera florida y hermosa de esas que anuncian en los libros de texto.

Ya sólo me queda pedirle a usted, estimada señora, que tanto sabe y en tanto influye, que nos desvele en voz baja el misterio del recibo de la luz, a ver si entre todos somos capaces de encontrar la manera de aplicarle un descuento en vez de una subida. Prometemos no contar el secreto.