Hablemos de tópicos. Uno de los más extendidos es aquél de: «La juventud está perdida». Y siglo tras siglo parece que se va encontrando o se va perdiendo definitivamente en el devenir del adulto que se siente totalmente acreditado por su experiencia pasada (que ha olvidado convenientemente) para repetir aquello de que no se sabe muy bien adónde van a ir a parar los jóvenes.

Por suerte o por desgracia, la juventud acaba siempre en el mismo sitio: en personas adultas más o menos sensatas. Y ahí comienzan los problemas.

Problemas de dos tipos. Unos los inherentes a la necesidad de ganarse la vida, encontrar una vivienda adecuada; incluso, me temo que a no mucho tardar, buscarse un buen plan de pensiones. Esos problemas los compartimos todos y los vamos solucionando como podemos.

Pero hay otros, relacionados con el momento de enfrentarse a la educación de los hijos. Como ningún manual garantiza buenos resultados en este sentido, vamos, con la mejor de las voluntades, capeando el temporal según nos viene y aprendiendo a ejercer de padres ejerciéndolo. Porque, desengañémonos, por muy juveniles que nos sintamos, somos padres de nuestros vástagos, no sus amigos. Para cubrir esa necesidad de «colegueo» están otros niños, otros adolescentes cercanos a los nuestros. Y por muy «enrollaos» que nos sintamos, no se nos puede olvidar que somos los progenitores y hemos contraído con nuestros hijos e hijas unas obligaciones morales y sociales que no podemos eludir. Obligaciones que no debemos delegar en nadie, ni siquiera en la escuela.

Porque es muy difícil poner límites y decir no, muy pesado recordar las normas que nos hacen seres sociales y sociables. Es mucho más sencillo mirar para otro lado y echar luego la culpa a los amigos, al colegio, a la juventud misma, de los fracasos y la incapacidad de enfrentar la vida de algunos jóvenes.

Y digo algunos, porque así es, como siempre. En todos los tiempos ha habido quien fracasa como persona, quien no se siente nunca satisfecho o contento, quien espera de los demás todo y no comprende que esa obligación o es recíproca o no existe.

Por suerte, yo también veo una juventud alegre, creativa, que aprovecha los medios a su alcance para el deporte, formar un grupo musical o hacer teatro en la calle.

Dejémonos de tópicos, de excusas, y veamos como padres qué es lo que debemos hacer para brindar a nuestros hijos ese futuro mejor. Ya hemos sido jóvenes y ahora toca ser adultos. Ley de vida.