Presidente de la Sociedad Filarmónica Avilesina

Francisco L. JIMÉNEZ

La «Orquesta Filarmónica Académica» de Kislowodsk (Rusia) despidió el pasado martes el concierto inaugural de la LVI Temporada de la Sociedad Filarmónica Avilesina con una danza española de lo más festivo, que provocó el entusiasmo del público congregado en el auditorio de la Casa de Cultura. Salva de aplausos para los músicos y palmadas en el hombro para Marino Soria, el presidente de la entidad, que, un año más, y van dos décadas, obra el milagro de programar con limitadísimos recursos económicos un total de diez galas de música clásica que cosechan una media superior a los trescientos espectadores. El hombre que dirige ese oasis musical llamado Sociedad Filarmónica Avilesina, sentado en un lateral del auditorio, lejos de los focos, encaja las felicitaciones con modestia, más preocupado de pedir a los artistas que firmen en el libro de honor de la institución que de recoger los piropos del respetable. Distracciones las mínimas, parece ser su consigna para mantener alto el listón.

-Ha superado los veinte años como presidente de la Filarmónica, ¿aún se siente a gusto en el cargo?

-¡Qué remedio! El mandato dura tres años y cuando llega el momento de renovar los cargos celebramos las asambleas correspondientes, pero nadie se ofrece a dar el relevo. O sea, que aquí sigo.

-Alguna compensación hallará en la tarea.

-Éstos son cargos que dan un cierto trabajo y bastantes preocupaciones; las satisfacciones llegan por la vía de tener éxito con la programación y también cuando la respuesta del público a los conciertos es positiva.

-¿Cuál es el principal obstáculo con que se encuentra la Filarmónica para desarrollar su actividad?

-La falta de un local es un problema; la Casa de Cultura nos presta uno para eventuales reuniones, pero esa solución no sirve para, por ejemplo, guardar nuestro archivo y hacer labores de oficina. Confiamos en que el Ayuntamiento nos ceda algún espacio que quede libre en breve; digo yo que, así como en los barrios han habilitado muchas de estas dotaciones para asociaciones, en algún momento le tendrá que tocar al centro de la ciudad.

-Hubiera apostado a que iba a decirme que el principal problema era económico...

-La Sociedad Filarmónica Avilesina tiene ahora mismo 435 socios de pago; pensando que la de Gijón tiene 360... pues creo que no está nada mal. Además, nuestros números están en línea con los abonos que logra vender la Casa de Cultura para sus ciclos musicales. Mire: esto es Avilés y hay lo que hay; en los mejores momentos de afiliación histórica la Filarmónica superaba, como mucho, los 450 socios.

-¿Alcanza con esa masa social para nutrir de recursos a la sociedad?

-La cuota anual está fijada en 151,50 euros; aparte, recibimos ayudas por importe de 3.000 euros del Ayuntamiento de Avilés y la Consejería de Cultura. Con eso tenemos que cuadrar el presupuesto.

-Lo cual no impide traer a Avilés, como es el caso de la presente temporada, a diez formaciones musicales de reconocido prestigio.

-Bueno, hay que hacer jeroglíficos para lograrlo, eso se lo aseguro yo. Además, nuestra política respecto al gasto es clara: sólo contratamos lo que podemos pagar por adelantado, jamás trabajamos «a crédito».

-¿Cómo está afectando la crisis al mercado musical?

-Los cachés se han congelado, cuando no rebajado incluso. Esto es debido a que los mánager son inteligentes y se dan cuenta de que las orquestas tienen que ganar menos para seguir actuando.

-¿Cómo es que aparte del Ayuntamiento de Avilés y la Consejería de Cultura no tienen ustedes más patrocinadores?

-El presidente de la Sociedad Filarmónica Gijonesa me contaba estos días que enviaron quinientas cartas a otras tantas empresas ofreciéndoles abonarse al programa y que cualquiera de sus empleados pudiera asistir a los conciertos. ¿Sabe cuántas de esas propuestas fueron aceptadas?: sólo dos. Pues algo parecido nos pasa a nosotros; no ha sido por no intentarlo -incluso también con los hoteles de la ciudad, pensando en sus huéspedes-, pero la respuesta es muy pobre.

-¿Da resultados el empeño que pone la Filarmónica en captar el interés de la juventud?

-Apenas, la falta de relevo generacional sigue siendo un problema.

-¿A qué achaca usted esta circunstancia, el poco apego de los jóvenes a la música culta?

-Sin duda, es un problema con doble vertiente: la educativa y la familiar. La consecuencia es que quien descubre este mundillo lo hace tarde, cuando ya ha cumplido una cierta edad.

-Vamos por partes: música en la escuela. ¿Qué falla?

-Pues que no hay una asignatura eficaz de formación musical y por eso no se consigue hacer atractiva la música a los estudiantes. Yo, que fui profesor de Música durante años, siempre hice caso omiso a las programaciones del Ministerio, porque estoy convencido de que sólo sirven para que los chavales acaben odiando la música en vez de amarla, que debería ser el objetivo. Están equivocados quienes piensan que aprendiendo -es un decir- a tocar la flauta se formarán melómanos; eso es un error, porque no son una mayoría, ni mucho menos, los que tienen la habilidad de tocar un instrumento y, sin embargo, sí que se puede despertar un interés por la música a través, por ejemplo, de la audición de piezas seleccionadas.

-¿Y en el ámbito familiar?

-Está demostrado: en las casas donde se oye música culta sin que sea por obligación surgen aficionados. El amor por la música es contagioso, bien que lo demostró Leonard Bernstein en Estados Unidos, donde promovió conciertos para la juventud que tuvieron un gran éxito porque a ellos iban los papás con sus hijos cogidos de la mano.

-¿Por qué no importar la idea?

-Desde el punto de vista oficial, no hay ninguna iniciativa en ese sentido; las sociedades filarmónicas podríamos entrar en ese campo, dado que nuestro objetivo final es difundir la música... Pero no tenemos medios.

-En Avilés funcionan varias corales, existe una profusa programación musical del Ayuntamiento, se organizan certámenes de prestigio, están ustedes, el Conservatorio... ¿Qué reflexión hace ante semejante oferta?

-Es obvio que, para el tamaño de Avilés, estamos de lujo. Ahora bien, cabe resaltar que detrás de cada una de esas realidades están el empeño y el esfuerzo decidido de un grupo de personas.

-Y pronto aumentará la oferta de la mano del Niemeyer...

-El Niemeyer sobrepasa nuestro ámbito, pero lo importante es que se oferten cosas las haga quien las haga.

-También es motivo de enhorabuena el estreno del nuevo órgano de Sabugo.

-Sí, es una extraordinaria noticia porque permitirá ganar muchos enteros a la Semana de Música Religiosa, amén de otras actividades que puedan desarrollarse.

-¿Hacia dónde se orientan sus preferencias musicales?

-No sabría decirle, porque es tal mi deformación musical que, cada cosa en su tiempo, la verdad es que me gusta todo.

-O sea, que disfruta en todos los conciertos.

-Bueno, lo cierto es que, precisamente porque sé de la dificultad del oficio, sufro mucho cuando los músicos se enfrentan a los pasajes de mayor dificultad pensando en cómo van a salir del trance.

-¿Y la oferta musical de la Filarmónica, cómo ha evolucionado en estos últimos años?

-Los gustos son una constante, no tanto por el público como porque lo que ofrecen los artistas responde a un cliché inamovible: barroco, clasicismo y romanticismo. Lo que merece ser subrayado es que disfrutamos de un momento muy dulce en cuanto a calidad técnica de ejecución: ya no hay solistas malos. Esto es debido a que ha mejorado mucho la formación, a que la gente se mueve mucho y a la fuerte competencia. Al haber más medios, suben de nivel las formaciones orquestales, lo cual es de agradecer.

«Disfrutamos de un momento muy dulce en cuanto a calidad técnica de ejecución: ya no hay solistas malos»