«La poesía es un arma cargada de futuro», decía Gabriel Celaya. Personalmente nunca me han atraído las armas, ni siquiera como excusas de un lenguaje poético, pero eso es un gusto muy particular y no le quita relevancia a uno de los versos de la poesía española del siglo XX más repetidos y citados.

Y es que la poesía puede ser muchas cosas, tantas como queramos cada uno de nosotros, autores o lectores, hacedores en cualquier caso del sentimiento poético, porque un poema no existe sin un lector, sin un interlocutor que ponga en él sensaciones y experiencias.

No hablo de buena o mala poesía, eso supone erigirse en juez, y no se puede ser juez imparcial cuando una se siente también parte del asunto. Hablo de las iniciativas que acercan el juego poético en vez de alejarlo, como ocurría cuando de niños nos enseñaban los grandes autores comenzando por su biografía, para seguir con el "análisis" de estrofas, rima y, lo peor de todo, la intención del autor. Como si el autor la tuviese siempre clara cuando escribe, o más aún, como si lo que dice fuese en todos los casos exactamente lo que quiere decir. Si la poesía fuese sólo eso, yo tampoco la leería.

En nuestros años de estudiantes lo de menos era el poema, que se convertía en una mera excusa para cimentar todas aquellas normas, reglas y preguntas que nos alejaban cada vez más del propio poema. Que han llevado a tantos a confesar que la poesía no les dice nada.

Eso está cambiando, cada vez hay más poetas que hablan nuestro lenguaje, el de cada uno, que nos hablan en una librería, en un jardín, en un bar. Como algunos de los poetas participantes en "Letra y puñal" que nos leyeron sus textos en el "Jazzville". Por supuesto que la poesía cabe en los bares (hasta no hace mucho se "echaban cantarines") y en las paradas del autobús, y en los muros de los parques, y en las paredes de los edificios o en los parabrisas de los coches.

Sé con certeza que muy pocos de los que ahora escribimos pasarán a la historia, pero también sé que, como en el deporte, para que alguien destaque hacen falta muchos equipos de base, muchos niños y niñas entrenando, disfrutando, aprendiendo. Los entrenadores y los maestros lo saben bien, y no abandonan el esfuerzo por hacer deportistas, no de élite, sino de vida.

Quizás ese es el camino de la mayoría de nosotros, ser entrenadores poéticos, cada uno a su manera y con la gente con la que conecta.