Hay una coplilla tradicional que gusta mucho recitar en los eventos de exaltación de lo avilesino como unidad de destino en lo universal. En ese ripio se describe, con soberbia y orgullo marinero, el enfrentamiento fratricida de los tres barrios extramuros de Avilés. La villa propiamente dicha miraba desde el tendido de sombra esa enconada y estúpida pugna que sostenían los vecinos de sus arrabales por la sola razón del lugar en que residían. Es la que dice: «Sabugo ¡tente firme! / que Galiana ya cayó / y Rivero esta temblando / de los palos que llevó».

Ahora mismo se podría trasladar esa descripción de la mísera convivencia aldeana al mundo globalizado en que vivimos. No es mucha la diferencia, salvo en el tamaño de los barrios. Cabría hacer la perfecta comparanza entre aquel concejo avilesino y lo que hoy es la Unión Europea. De esa manera, lo que antes era la Villa de Avilés en este momento sería Alemania y los poblados al exterior de sus muros se corresponderían con las naciones periféricas de Europa. Por eso y parodiando la cuarteta, recitaríamos así: España ¡tente firme! / que Grecia ya cayó / e Irlanda está temblando / de los palos que llevó.

No me dirán que no es eso lo que andan todos voceando en estos días. España no es Grecia ni Irlanda -¡tente firme!-, España es solvente -¡tente firme!-, España es un país serio -¡tente firme!-, España cumple sus compromisos -¡tente firme!-, España está haciendo las reformas necesarias -¡tente firme!- y España, esto y aquello -¡tente firme-. Y el que no cante a coro -¡tente firme!- es un antipatriota, que es cosa maravillosa e imposible, porque la patria es la tierra que hollaron nuestros padres y, como ya se sabe, la tierra es del viento.

Es el momento de arrimar el hombro, tirar del carro, remar en la misma dirección y unirse como una piña. Son estas las grandes letanías del exorcismo -¡tente firme!- que nos liberará de esos demonios modernos que son los mercados y los especuladores, que son espíritus malignos y animales divinos nefastos, y que nos atacan con ferocidad desde su inmaterialidad y omnipresencia. «Me cercaban los lazos de la muerte, / torrentes destructores me aterraban, / me envolvían los lazos del abismo, / me alcanzaban las redes de la muerte», dice el salmista y aquí los patriotas del viento con su magia -¡tente firme!- están velando día y noche por espantar de nosotros a esos enemigos poderosos en estos días funestos.

Muchos se preguntan quiénes son, dónde están, por qué no se pone freno a esos entes tan dañinos. Si son intangibles, etéreos y abstractos, ¿cómo asirlos? Los mercados nebulosos y los especuladores clandestinos son, definitivamente, los culpables -¡tente firme!- de nuestro empobrecimiento y de nuestro terror a caer en el abismo, pero, ay, es que, como todos los demonios, no sólo están fuera, sino también dentro de nosotros, porque son la esencia misma del capitalismo.