Mantener un cine en el centro de una ciudad se antoja una aventura impensable. Avilés cuenta con una tradición tan larga como la misma historia de la invención de las imágenes en movimiento. El historiador Juan Carlos de la Madrid ha documentado el pase de películas al poco de que los hermanos Lumière patentasen su ingenio, a finales del siglo XIX. Luego hubo cine en el Somines, en el Iris, en barrios como Versalles, Villalegre, Miranda... En los ochenta, los Chaplin vivieron su momento más dorado -ahora de aquello sólo queda un resto en el nombre de un edificio que se construye junto a La Exposición-. Los años noventa fueron del Almirante, en Sabugo, y del Marta y María, en el centro, el precedente de las salas del palacio de los Llano-Ponte. El primer ataque de la crisis de la exhibición convirtió las salas enormes en minicines. Los Marta resistieron y se plantaron en el siglo XXI como los más veteranos.

Los empleados de los Marta llegan al trabajo pasadas las seis y media de la tarde. Hay que preparar la película que se va a poner ese día y tener todo listo para la apertura de las puertas. David Menéndez es el operador de cabina y, en los días laborales, el portero del local. El Marta tiene dos cabinas y cuatro proyectores que atienden a las cuatro salas. La 1 y la 3 tienen noventa y nueve butacas; la 4, doscientas cinco y la 2, la mayor, doscientas noventa y cuatro. Los días peores, según Menéndez, son los jueves por la tarde y las mañanas de los viernes. «Toca cambiar la película. Llegan los rollos y hay que empalmarlos», dice. Las películas de una hora y media tienen entre 5 y 6; las más largas, las de dos horas y media, hasta diez. Menéndez se sube a la cabina y opera. Primero los tráilers, después el primer rollo y luego los siguientes... Cuando la operación de fusión se ha concluido, coloca el rollo completo en los platos del proyector. El primer pase de la película deja el rollo en la propia máquina. En el resto de las exhibiciones la película va y viene, de los platos al proyector y del proyector a los platos. Pero el trabajo del operador de cabina no se queda sólo ahí. «Hay que sincronizar la banda sonora», comenta. Cuando todo esta listo, Ana Rebón abre las puertas del cine. «Tenemos espectadores de todas las edades, pero quizá abunden los adultos. Los profesores de instituto... Quizá sea por eso que nos centramos en las películas independientes», explica la encargada.

Ya son las siete y media de la tarde. La sesión de cine va a comenzar La casa de los Llano-Ponte es de película. Marta, poco piadosa, está sentada en el patio de butacas.