Garbanzos, los domingos. Y los lunes, berzas, que era día de plaza. Nunca me gustaron los lunes. Volver del colegio y el olor a verdura según enfilaba el segundo piso. Aunque quizás no era la comida, era por ser lunes y empezar la semana, y tener que comer rápido para volver al colegio. No lo sé muy bien, porque ahora las berzas me encantan, sobre todo si están hechas del día anterior.

Los garbanzos eran otra cosa, ya lo creo, con la sopa de fideos y el domingo enterito para no hacer nada; en aquella época, para jugar todo el día. Siempre llevaba al día los deberes del colegio, así que el domingo era todo para mí.

Algunos domingos que no trabajaba mi padre estaba en casa al mediodía y ponía el tocadiscos con aquellos LP, de canción asturiana la mayoría, popular en general. Recuerdo especialmente uno cuyo título me llamaba entonces la atención: «Canciones para beber». Oía aquellas canciones como si no fueran aptas para mí, como si llevasen alguno de aquellos rombos que aparecían a veces en las películas. Obviamente, entendía que no eran para beber agua o leche, sino para el vino o la sidra. En la portada (la estoy viendo) había una jarra de barro sobre un tonel con varios vasos de vino a medio vaciar. Entre las canciones estaban el «Asturias, patria querida» o «Quiero que te pongas la mantilla blanca», además de otras del estilo.

Es curioso cómo uno recuerda con todos los sentidos: olores, sabores y sonidos, no sólo las imágenes.

Vuelvo precisamente hoy a la comida de mi madre y a las «canciones para beber» de mi padre porque llevo unos días en constante recordatorio de que llega la Navidad, los excesos en la comida, que suponen en general un derroche en la economía diaria. Parece que seremos felices esos días comiendo juntos y mucho, arrepintiéndonos con enero y su empinada cuesta de los excesos y realizando buenos propósitos de moderación para el nuevo año.

Y, sin embargo, qué curioso, yo no recuerdo las cenas de Navidad de mi infancia, sólo los garbanzos de los domingos y las berzas de los lunes. Y el sol entrando a raudales por la ventana de la cocina, y la escalera de madera casi blanca por efecto de la lejía con la que la limpiaba mi madre, y el camino al colegio, y los bocadillos de chocolate. De la Navidad, apenas algunos días de Reyes.