Llegan de nuevo los resultados del informe PISA, esos que revelan que sacamos una nota ramplona en comprensión lectora, en ciencias y en matemáticas. Se trata de seis volúmenes de unas 300 páginas donde se sacan muchas conclusiones, genéricas y no siempre aplicables a nuestro caso, de los sistemas educativos del mundo. Obviamente, las diferencias socioeconómicas y culturales muestran que lo que funciona en las antípodas no tiene por qué ser la panacea para el resto.

¿Qué plantean los asiáticos, con Shanghái y Corea del sur a la cabeza, para obtener tan exitosos resultados? Poco que pueda servirnos de ejemplo, para empezar porque en Corea todo gira en torno al estudio, con una disciplina casi militar. En primer lugar se apuesta por la excelencia y se propone una larga jornada escolar seguida de clases de refuerzo que amplían el horario de estudio de los jóvenes a unas 11 horas al día. Son clases eminentemente tecnológicas en una cultura donde se impone la necesidad de estar entre los primeros de la clase para no ser un fracasado. Encontrar trabajo está asociado a haber estudiado en una buena universidad y los padres presionan hasta el extremo. El país entero se paraliza el día de las pruebas de acceso a la universidad, los horarios de oficinas de retrasan una hora para no interrumpir al transporte escolar e incluso se para el tráfico aéreo si los estudiantes tienen que escuchar una grabación en las pruebas.

También en China se rigen por la competitividad y el suicidio es habitual en las fechas que preceden a la selectividad. Son sistemas educativos que generan alumnos brillantes pero con grandes dosis de infelicidad.

La nuestra no es una cultura competitiva en lo que al estudio se refiere, más bien reina la ley del mínimo esfuerzo en una sociedad en la que, para empeorarlo, el éxito académico ya no es sinónimo de éxito profesional. Hace tiempo uno de mis alumnos de la ESO se mostraba así de radical: «Ir a la universidad no sirve para nada. Mi prima estudió Derecho y trabaja en el Alimerka»; así, el estudio no garantiza conseguir un buen trabajo, lo que ha creado un importante estado de desilusión. Por otro lado se han perdido los referentes y el valor del estudio y del trabajo. Para muchos jóvenes el ejemplo a seguir son los que han llegado a ganar dinero sin ningún tipo de mérito personal, como los concursantes de Gran Hermano, o Belén Esteban, que sin pasar por las aulas son aclamados por las masas. A día de hoy, ya nadie mueve un dedo por ser el primero de la clase.