Se ha dejado crecer al monstruo y se ha hecho demasiado grande. Ahora no podemos con él y amenaza día a día con devorarnos.

Ésta es la situación y hemos llegado a ella por una pésima gestión de los políticos que han pospuesto la solución del problema sin querer abordarlo, sin que se nos alcancen a los ciudadanos de a pie los motivos que han tenido para dejar hacer a un colectivo de privilegiados que juega con nuestros intereses, con nuestro tiempo y con nuestros derechos.

Cuando la bomba nos ha estallado en las manos y seiscientos mil usuarios se han quedado literalmente tirados en los aeropuertos españoles y el tráfico aéreo, no solamente de España, sino también de Europa, se ha visto colapsado, nuestros gobernantes decretan el estado de alarma y solucionan el problema, temporalmente, por las malas.

Pero cuando este estado de alarma y sus prórrogas legales se agoten ¿qué pasará? ¿Volverán los controladores a sus puestos de trabajo como mansos corderos? No lo creo, como tampoco creo que en un plazo de quince días, finalizada la alarma, como aseguró el ministro de Fomento, se alcance un acuerdo negociado y que, en caso negativo, se adoptarán otras medidas.

La única solución es aumentar el número de controladores, pero eso no se hace en dos días y, menos aún, cuando la admisión de opositores se ha dejado en manos del propio colectivo, que usa y abusa de su posición y que echa las culpas a otros de las ilegalidades que ha venido cometiendo desde hace ya mucho tiempo.

No sé si las medidas que se tomarán si no se logra el acuerdo que propone Fomento serán pasar del estado de alarma al de emergencia, al de sitio o al de guerra, para garantizar el tráfico aéreo, porque mucho me temo que sin una mano muy dura y bordeando o transgrediendo la legalidad vigente, por parte del Gobierno, intentar viajar por avión va a ser en España una «misión imposible».