Myriam MANCISIDOR

En Zeluán lo que hay ha cambiado, como decía aquel «20 de abril» de los «Celtas Cortos». Ricardo García Iglesias, más conocido por «Rico», tiene pruebas de la transformación de esta localidad gozoniega en la que nació y se crio. Iglesias, que ahora vive en una casa de Laviana con vistas privilegiadas a la desembocadura de la ría de Avilés, es hijo de buzo y amante de los barcos que atracan en los muelles locales. Otras de sus pasiones son la cartografía y la fotografía, una afición que desarrolla como coleccionista desde hace más de diez años. En este tiempo ha reunido más de 10.000 fotos, muchas de ellas de Zeluán, un oasis que en 2002 recibió el título de monumento natural, pero este enclave no se libra, pese a toda protección, de los azotes de las industrias.

Iglesias ha recreado mapas de la ría de Avilés como el de Antonio Alcalá, una carta náutica que se considera el primer plano científico del estuario. Data de 1796 y el original se conserva en el Museo Marítimo de Luanco. En este plano se aprecia, entre otras cosas, una gran duna en Salinas adornada por un «mar» de pinos ahora erosionada. Otro mapa, de 1901, muestra aquella época en la que el río Vioño desembocaba donde actualmente hay un pequeño entrante situado junto a la depuradora. «Zeluán cambió mucho. Nací aquí hace casi 57 años y aquí vivían entonces unos veinte vecinos de dos o tres familias. El pueblo estaba muy unido», explica. Como curiosidad, en esta localidad gozoniega se plantaba trigo, algo inusual en otros puntos de la costa central asturiana.

¿Y a nivel paisajístico? «Los cambios también son llamativos. Había una gran duna donde ahora hay unas instalaciones deportivas y, según cuentan los mayores, se podía ir en lancha hasta Llaranes cuando coincidían las mareas. La carretera al faro se construyó en 1905», recuerda este hombre, que ahora intenta documentar cada una de las imágenes que guarda celosamente en discos duros. Y es que Zeluán era mucho Zeluán. Había un banco que los lugareños bautizaron con el nombre del «de la paciencia». «Era donde se sentaban los vecinos a charlar, donde se reunían cada día», explica Ricardo Iglesias. También había chalanos -uno de los primeros se llamó «Adolfo Elvira»-, que comunicaban la pequeña localidad con Avilés. Y una isla, la de San Balandrán, que se dragó en la primera mitad de los años cuarenta. Un sistema dunar completaba el paisaje.

«Había mucha pobreza, los caminos tenían un montón de baches..., pero aquellos tiempos se recuerdan con nostalgia», asegura Ricardo García. Corrobora, además, que con la instalación de la tubería de Ensidesa, que tenía como fin llevar las cenizas de la térmica a Maqua para rellenar en las marismas de Llodero y Zeluán, la pequeña localidad se tiñó de negro.

¿Y la charca de Zeluán? Este espacio se creó de forma artificial -y de casualidad, según algunas voces- en los años setenta. La bocana de la ría también sufrió muchos cambios por aquel entonces: era mucho más estrecha que actualmente, porque las dunas de El Espartal casi la cerraban. El sistema dunar llegaba hasta Las Arobias. Con el paso de los años Zeluán fue transformándose. Se perdió el banco «de la paciencia», y la playa de San Balandrán, antaño abarrotada de bañistas, perdió usuarios. Las industrias colmaron el aire y surgieron voces que solicitaron la protección de este espacio que en 2002 recibió el título de monumento natural.

Actualmente el colectivo ornitológico Mavea es un defensor de Zeluán, un lugar de paso de miles de aves migratorias cada año. Otros, como Ricardo García Iglesias, juzgan los cambios con fotografías. «Por algunas imágenes pagué fortunas, las adquirí fuera de Asturias», dice. Tal vez porque Zeluán aún es allende los mares un oasis rodeado de industria en el siglo XXI.