Todos hemos admitido ya como cierta y loable la vieja máxima de «mens sana in corpore sano», que se podría interpretar como la conveniencia de mantener un espíritu equilibrado en un cuerpo equilibrado. Este es uno de los motivos por los que en los colegios la Educación Física, la psicomotricidad forman parte importante de las programaciones del centro ya desde los más pequeños.

Se fomenta además el deporte y llevamos a nuestros hijos e hijas a practicarlo en sus más variadas modalidades desde edades muy tempranas. El deporte favorece, además, la organización de estos niños y niñas, el aprendizaje del trabajo en equipo, la conciencia de pertenencia al grupo y de la importancia de lo que cada uno aporta a él en la medida de sus posibilidades. Por consiguiente la valoración, no sólo del propio esfuerzo, sino también del de los compañeros, e incluso de los rivales. Quizás ésta podría ser una buena definición de deportividad que, aunque es un aprendizaje más para los niños, a sus padres y madres, como se decía del valor en la antigua y ya casi olvidada «mili», se les supone.

Y ahí está el error. En suponer altas dosis de deportividad en todos los adultos que acompañan a los niños en sus competiciones deportivas. Recuerdo a uno de mis ex alumnos cuando con 6 años me comentaba ilusionadísimo que estaba entrenando con un equipo de fútbol, me detallaba lo que hacían en los partidos y cómo su entrenador les decía «sal a matar». Y él, claro, salía a lo que hiciese falta, en detrimento de las pantorrillas del equipo contrario.

Muchas veces no somos conscientes de que el deporte tiene un lenguaje metafórico que en ocasiones se puede interpretar de manera literal. Y la literalidad de «salir a matar» es bastante dura. Convendría, por tanto, moderar este lenguaje, porque no dudo del alto nivel de deportividad que mueve a todos estos jóvenes (y no tan jóvenes) que entrenan pequeños equipos de barrio, de pueblo, de colegio.

No estoy muy segura, sin embargo, de que lo mismo ocurra con todos los padres y madres de esta infancia deportista. No conozco a nadie que acompañe a sus hijos a los partidos y no relate algún caso de progenitor (léase hombre o mujer) energúmeno que no sólo increpe e insulte al árbitro, sino también incluso a alguno de los jugadores del equipo contrario, como si no fuesen niños y niñas iguales a los suyos.

En fin, que una se alegra de que cada vez haya más posibilidades de ejercitar algún deporte y desearía que a la vez se encontrara la manera de ejercitar en todos los casos, con carácter retroactivo si fuese necesario, una absoluta y sana deportividad. Por aquello de que el espíritu también esté equilibrado.